La escena es de un hondo dramatismo, contenido, pero profundo. Muestra al presidente de Chile, Gabriel Boric, que abraza a Cecilia Morel, la viuda del ex presidente chileno Sebastián Piñera, que murió el pasado martes 6, al caer el helicóptero que pilotaba en Lago Ranco, en el sur del país.
El de Boric es un gesto cargado de sentido: una mano se apoya en la espalda de la mujer, la palma abierta; la otra sostiene su nuca, el puño apenas cerrado, mientras Morel, los brazos al cuello de Boric, mantiene hundida su cara en el hombro del presidente. Al lado de ambos, la ministra del Interior y Seguridad Pública, Carolina Toha, abraza con igual emoción al hijo del presidente muerto.
Piñera gobernó dos veces Chile, era un exitoso empresario ubicado en la centro derecha, acaso más vecino a la derecha que al centro, pero de una inquebrantable vocación democrática, como señalan hoy hasta quienes fueron sus adversarios. Boric es un hombre de izquierda. No hace falta ser Talleyrand para imaginar las diferencias de ideas y de método que separaban a Piñera de Boric.
Para menguar la imaginación, dos pequeñas historias. En octubre de 2019, Chile vivió varias jornadas de una gigantesca protesta, tal vez la mayor desde el retorno a ese país de la democracia, nacida del aumento del transporte público. El entonces presidente Piñera decretó el estado de excepción y el 19 de ese mes, un activo diputado Boric discutía cara a cara en la Plaza Baquedano, con las fuerzas armadas desplegadas para reprimir las grandes manifestaciones. Pocos días después, Piñera llamó a una mesa de diálogo amplio entre los partidos políticos hasta que se levantara el estado de excepción y cesara la intervención de las fuerzas armadas en las calles. Y Boric dijo no a ese diálogo, en nombre de su coalición. En 2022, reemplazaría a Piñera en la presidencia de Chile.
No hay en la foto que une a Boric y a la viuda del ex presidente, no hay en el riguroso y discreto, también sensato, funeral de estado que Boric ordenó para Piñera, no hay entre quienes entraron codo a codo al congreso chileno donde fue velado Piñera una sola huella de aquella posible grieta. Ni de ninguna otra.
Chile no estuvo ajeno a grieta alguna. Compartió en los violentos años 70 el destino de muchos países del continente que fueron sacudidos por democracias esperanzadas y dictaduras asesinas. Piñera vivió aquellos años. Boric nació en 1986 y tenía cuatro años cuando Chile recuperó la democracia. La grieta no da réditos en Chile.
El martes pasado, en el Congreso argentino, se hizo un minuto de silencio en homenaje al ex presidente chileno, pedido por el diputado Miguel Ángel Pichetto. La izquierda, tan afecta al patetismo, se retiró de la Cámara en señal de algo, protesta, reprobación, indiferencia, desacuerdo. Fue más papista que la izquierda chilena, faltaría más, que dejó la grieta atrás.
La imagen de Boric y la viuda de Piñera parece difícil de imaginar en la Argentina, aunque las personalidades políticas del país adhirieron con respeto, bueno fuera, el duelo chileno. Pero que dos corrientes políticas antagónicas se unan aun en el dolor y en el respeto, parece una escenografía de imposible cumplimiento.