El folclore salteño está de luto. A los 94 años falleció Carlos Abán, músico, bandoneonista y emblema del carnaval en Salta. Conocido como "El diablo mayor del carnaval", Abán dejó una huella imborrable en la cultura popular, siendo el creador de la zamba carpera y un pionero en la organización de las carpas tradicionales que marcaron a generaciones.
Nacido el 5 de noviembre de 1929 en La Viña, fue hijo único de Tomás Abán, descendiente de libaneses, y Rosario López, de raíces españolas. Su infancia transcurrió en Chicoana, rodeado de tabacales y campos, un paisaje del que nunca pudo separarse del todo, a pesar de su extenso recorrido en el mundo de la música.

Cuatro décadas en Buenos Aires y un legado musical
En 1963, partió hacia Buenos Aires, donde vivió por 40 años, hasta 2003. Allí conoció a Chela Jordán, quien fue su compañera y lo ayudó a abrir muchas puertas en su carrera musical. Sin embargo, nunca se estableció del todo en la capital, alquilando en hoteles y viajando constantemente. Finalmente, decidió regresar a su tierra natal, Chicoana, donde continuó compartiendo su música y legado.
El alma del carnaval salteño
Su amor por el carnaval lo llevó a abrir La Cerrillana en 1962, una de las carpas más emblemáticas de Salta, que funcionó hasta 2015. En plena dictadura militar, desafió las restricciones y organizó el primer concurso de la baguala, descubriendo a grandes talentos como Balvina Ramos. También llevó su pasión a la capital salteña con los tradicionales carnavales de 20 de Junio.

Pero su lucha no fue solo artística, sino también cultural. En Chicoana intentó mantener viva la tradición de la carpa, pero ante las restricciones y la confusión de las autoridades, que veían en estos espacios simples bailantas, decidió cerrar. Con su retiro, Salta perdió una parte fundamental de su patrimonio cultural.
Creador de la zamba carpera
Más allá de su impacto en los carnavales, Carlos Abán fue el creador del ritmo de la zamba carpera, junto con Horacio Aguirre. Según contó en una entrevista en 2019, buscaban darle mayor velocidad y alegría a la zamba tradicional, para que el hombre del norte, arisco y duro, pudiera disfrutarla con más intensidad. Así nacieron los característicos giros y gritos que hoy forman parte de la identidad cultural salteña.