“En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel / De los pibes de la Malvinas, que jamás olvidaré / No te lo puedo explicar, porque no vas a entender”. Leemos estas líneas pero, en realidad, las escuchamos internamente en forma de canto y de arenga. El cuerpo comienza a moverse, el brazo derecho se extiende, la mano se agita en un vaivén glorioso y sonreímos. ¿Por qué? Porque hace más de un mes que Argentina es campeón del mundo y nosotros seguimos pensando en los muchachos que nos volvieron a ilusionar.
La manija no se va y queremos más. Seguimos los pasos de Messi, Dibu Martínez, Di María, Julián Álvarez, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister y de cualquiera de los 26 nuevos héroes nacionales de la Scaloneta. Porque ahora solo queda festejar pero antes, mucho antes de ser “nuestros” muchachos, ellos fueron de sus familias, de las veces que cargaron bolsas, que tuvieron hambre y frío, esos a quienes les dijeron que no y que pensaron que sus sueños eran inalcanzables, que sufrieron lesiones y que lloraron de amargura y atravesaron momentos difíciles. Pero juntos lograron algo único: nadie se va olvidar de ellos.
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¿Cómo fueron sus vidas antes de estar coronados de gloria y en el Mundial donde la alcanzaron? De eso se trata Muchachos. La Selección que nos hizo felices, un libro que recorre los otros triunfos, los de la vida, y los sueños cumplidos de estos jugadores que nos dieron tanto, y que puede descargarse gratis desde Bajalibros.
La Copa del Mundo y los sueños cumplidos en el festejo de los "muchachos" en Qatar 2022 (REUTERS/Carl Recine/File Photo)
Desde cómo Messi se volvió un genio cotidiano, su relación con Maradona y Kempes y los récords que sigue rompiendo, sus llantos y su capacidad para saber perder; el rechazo y desilusión de Dibu Martínez cuando River y Boca le dijeron que no; el triunfo de Di María fuera de las canchas: que su hija le ganara a la muerte; Julián Álvarez y los sueños cumplidos; los gestos de Enzo Fernández para que un compañero cumpliera un sueño antes de ser el mejor jugador joven del Mundial; quiénes son el padre futbolista y abuela goleadora de Lautaro Martínez. Hay un jugador 27: el Kun Agüero, que ofreció su corazón y volvió a la “pieza” con Messi. Y las “muchachas” de la Selección, las infinitas formas de familia, los pueblos, los orígenes y los momentos más especiales del Mundial son el corazón de este libro.
Muchachos cuenta con las crónicas de Roi Tamagni y Federico Cristofanelli -los enviados especiales de Infobae que viajaron a Qatar-, así como con columnas de firmas como la de Cholo Sottile, Alberto Amato, Gisele Sousa Días, Mercedes Funes y Julián Mozo. Periodistas como Matías Bauso, Fernando Soriano, José Santamarina y Patricio Zunini también sumaron su mirada con textos exclusivos para este volumen.
“A pesar de las distinciones individuales, lo más destacable de la campaña argentina en el Mundial de Qatar fue la actuación colectiva, el equipo. No hay contradicción entre una cosa y la otra. Existe una relación causal: los jugadores se destacaron porque el equipo les dio una red de contención y los potenció”, escribe Matías Bauso en la introducción de Muchachos. Detrás de ese equipo hay jugadores que primero fueron niños obsesionados con el fútbol y el esfuerzo.
Las historias que conmueven dentro y fuera de la cancha
¿Quiénes son estos jugadores que nos volvieron a ilusionar y por los que ahora cantamos: “Muchachos, ahora solo queda festejar / Ya ganamos la tercera, ya somos campeón mundial? Para que el corazón aguante un poquito más la emoción que nos dieron y conocerlos a fondo está Muchachos. En esta edición, los secretos jamás contados de sus orígenes, las familias, los apodos y cómo son las historias de aquellos que se metieron de prepo en una lista, se abrieron paso en un equipo armado para otros, se cargaron a la fuerza un mundial de fútbol.
Se trata del segundo libro digital que produce Leamos a partir del Mundial Qatar 2022. El primero se llamó El camino de los héroes y contó paso a paso cómo se llegó a ese logro y, también, lo que nos fue pasando a los que lo miramos con el corazón en la boca. Se consigue gratis y se puede descargar de Bajalibros clickeando acá.
"El camino de los héroes", cómo llegamos a ganar el Mundial.
Muchachos, que acaba de publicarse, es sobre esos jugadores que venían invictos, se cayeron cuando arrancó el Mundial, pero se levantaron y volaron a lo más alto.
Los de la juventud, los de la garra, los de los bailes y los de las mandíbulas apretadas. Aquí, algunas de sus historias.
Messi, el capitán de nuestras vidas
“Argentina es campeón del mundo. Messi es campeón del mundo. En la literatura, los genios cumplen deseos, tres a lo sumo. En la vida real, nuestro genio volvió reales nuestros sueños. Hace más de quince años que lo hace. Ahora realizó su proeza mayor: hizo felices a decenas de millones de personas, las sacó a festejar y las puso a bailar en las calles”, escribe Matías Bauso en Muchachos. El mejor jugador del planeta, a ese que arengamos, ¿cómo es?
Es el líder del ejemplo, ese que los rivales también admiran, quieren tocar, sacarse una foto y presentar a sus hijos. “Honrado el que es vencido por Messi, reza Bauso al “messías” y sigue: “si eso hace con los oponentes, es inimaginable el efecto del conjuro en sus compañeros”. Pero como buen “hijo de Dios”, Leo, también tuvo sus “via crucis”. Algunos los hicieron alejarse de la Selección, otros fuera del campo de juego.
La decepción de Messi tras haber perdido la final de la Copa América en Chile, que lo hizo alejarse de la Selección un tiempo (AFP)
“Doctor, ¿yo voy a poder crecer para jugar al fútbol?”, preguntó. Diego Schwarzstein lo miró, según recuerda el médico que trabajaba con el cuerpo técnico de Newell’s en Messi, el distinto, el primer libro que se escribió sobre Leo en la Argentina, y le respondió: ‘Vos vas a ser más alto que Maradona’”, cuenta el periodista Cholo Sottile sobre el capitán de nuestras vidas y una de sus luchas más terribles. Ese hombre, el genio cotidiano que quebró récords, dejando atrás a Maradona, a Kempes y a Pelé, también tuvo que demostrar siempre un poco más. Que la altura, que la pasión, que el sentimiento, que el peso de la camiseta de Selección. Nada era suficiente hasta que lo fue.
“Pero Messi se dedicó durante toda su carrera a demoler parámetros, a dejar en ridículo a los que se empeñan en comparar, a burlarse de los que creen que no va a poder con algo”, señala Bauso y dice que llora poco pero que ríe mucho, sobre todo con la Copa, porque piensa en él, en sus hijos, en su familia y en cómo llegó donde no creían que lo haría. ¿Qué más? Nos dio uno de los momentos más memorables y más argentinos del Mundial: “Qué mirá, bobo. Andá pa’ allá”.
Dibu, el hombre que supo esperar
Al Dibu Martínez antes que el fútbol le gustaba barrenar las olas en su Mar del Plata natal, pero lo mejor venía después: tomar la chocolatada. Hasta que descubrió que lo obsesionaba ser bueno jugando a la pelota de la mano de su hermano más grande, ocupando el arco porque nadie quería ese puesto. Así aprendió a atajar y a volar. Pero sus vuelos no siempre fueron valorados.
“Emiliano Martínez perdió el nombre en su camino a la idolatría. Ahora sólo es El Dibu”, escribe Matías Bauso para recordar que los lugares comunes son irrebatibles: “es imposible salir campeón sin un buen arquero”. Ese arquero -el mejor del Mundial-, el que vive en cada camiseta de los chicos que caminan por la calle, en cada atajada en los potreros del país, está forjado de desarraigos tempranos, de soledades, de bancos de suplentes y también de grandes decepciones.
Pepe Santoro, el entrenador que lo llevó al Dibu Martínez a Independiente, tras su frustración con River y Boca.
“Fue a Boca y River, tenía 12 añitos”, comienza a contar Beto, el papá de Dibu Martínez, en la crónica de Federico Cristofanelli y sigue: “Volvió medio desilusionado porque estuvo una semana haciendo pruebas, fueron eliminando chicos y él fue quedando. Pero, al final, quedó el arquero de un entrenador que era viejo del club o algo por el estilo”. Porque antes de ser el mejor arquero del Mundial Qatar 2022, Dibu sufrió y “estaba desilusionado”, repasa su padre.
“Ellos nos dijeron que tenían jugadores más o menos como él”, suma Jorge Peta, tutor del Dibu durante su traspaso de Mar del Plata a Buenos Aires. Hoy todos sabemos que no, que no hay como él. “Es un tipo temperamental. Hace y dice lo que le sale del alma. Admite sin reparos que consulta a un psicólogo, intenta quebrar el orden mental de los rivales, y a veces lo logra; lo mismo intentan sus rivales con otros métodos, y es híper crítico consigo. No se tiene piedad”, lo define Alberto Amato en el libro y defiende sus gestos incómodos ante la pacatería.
Di María, el hombre de los triunfos en los momentos más difíciles
Todas las finales importantes llevan su nombre en lo más alto: Ángel “Fideo” Di María. Su electricidad y cómo desestabiliza al rival al entrar a la cancha no es nueva. ¿Su primer defensor a gambetear? Su mamá, Diana. El periodista Fernando Soriano cuenta en Fide, un texto exclusivo de este volumen, que cuando “tenía cuatro o cinco años y vivía con la pelota entre sus pies. Demasiado. Angelito rompía las plantas, manchaba las paredes, dale que dale hasta que Diana lo llevó al médico, preocupada por su hiperactividad”. Las gambetas en los pasillos de la casa era lo suyo.
“Diana pidió ayuda profesional y el médico no recetó ningún remedio”, cuenta Soriano. ¿Cuál era la solución, entonces? “Lo mandó a la cancha. “Que haga un deporte”, recomendó. Y cuál iba a ser si no fútbol”, concluye. El destino estaba escrito, diría Di María antes de la Final del Mundo.
Fideo cuida a su hija Mía, internada en neonatología en un estado muy delicado. (Instagram Jorgelina Cardoso)
Pero las gambetas, a veces, hay que hacerlas a la vida. Di María estaba ante el partido más difícil y no era en una cancha de césped: la vida de su hija pendía de un hilo. Así lo cuenta la periodista Gisele Sousa Días en el libro Muchachos: “Jorgelina había fisurado bolsa y perdido todo el líquido amniótico. Se supone que un embarazo a término debe llegar a la semana 40 de gestación: ella iba por la 29 y la beba apenas pesaba 1 kilo”.
De ahí en más, el partido más difícil: “Todo lo que vivimos con nuestra hija fue lo más duro que le podría pasar a un padre. Primero, que nazca y te digan que era un 70% que no viva y un 30% que sí. Y que viva para nosotros era todo”, cuenta el propio Di María en una entrevista en aquel entonces con el diario deportivo Olé. Por suerte, Fideo entró y marcó el gol de la victoria y hoy, su hija Mía festeja el campeonato con él.
Scaloni, el hombre al que pedir perdón
“Scaloni tenía devoción por el fútbol y ya desde pequeño empezó a mostrar cuestiones relacionadas a la dirección técnica. Porque se fijaba en el desempeño de los jugadores de campo desde que tenía 10 años sentado en una tribuna”, cuenta Federico Cristofanelli en el libro sobre el entrenador de la Selección argentina que, en poco tiempo, logró los mayores reconocimientos y títulos. “Un ganador total”, así lo define uno de sus directores técnicos de la infancia en Pujato, un pueblo de la provincia de Santa Fe.
Vistió numerosas camisetas, “afrontó las críticas y el cimbronazo emocional que le provocó la enfermedad de sus padres”, cuenta Roi Tamagni en el libro. Las críticas a las que enfrentó estoico vinieron del periodismo, de ex directores técnicos, jugadores producto de su falta de experiencia previa.
Lionel Scaloni, el hombre que creó la Scaloneta y derribó todas las críticas por su falta de experiencia. (EFE/ Rodrigo Jiménez)
Pero lo peor vino en 2018, cuando Maradona en Sinaloa dijo que “De Lionel Scaloni no puedo decir nada. Es un gran chico. Yo estoy dispuesto a comer un asado con él, a tomar un café. Pero no me hablen de la selección argentina porque le queda muy grande”. Y lo fulminó: “No puede dirigir ni el tráfico”.
“La final se jugó el 29 de junio en el Estadio Azteca. Entre todas las banderas había una que se destacaba: ‘Perdón, Bilardo’, decía. El partido todavía no se había jugado. No hubo bandera el 18 de diciembre, pero cuánto le pidieron —cuántos le pedimos— disculpas a Scaloni”, recuerda el periodista Patricio Zunini en su texto Perdón, Scaloni. Perdón y gracias eternas. Esas son las palabras que se merecen nuestros muchachos.