La Serie A es más azul que nunca. Napoli, con Giovanni Simeone como suplente, igualó 1-1 con Udinese y se consagró campeón después de 33 años de espera, a falta de cinco fechas para el cierre.
Después del golpe de Sandi Lovric a los 13 minutos, Victor Osimhen sacó a relucir su chapa de máximo artillero del torneo, encontró un rebote y remató fuerte para darle a su equipo el Scudetto en el Friuli Stadio, a los 12 del complemento.
Estalló el Diego Armando Maradona, a 800 km de Údine, con bengalas, petardos y bocinas. Y Napoli fue otro equipo. Recuperó su esencia, se despojó de la losa que portaba y que le impedía ser él mismo, ser ese equipo temido en Italia y que fue la sensación de Europa.
Desde ese momento, el equipo de Nehuén Pérez y Roberto Pereyra supo que no tenía más opción que aguantar como fuera las embestidas del merecido campeón. Porque los dirigidos por Luciano Spalletti se reencontraron consigo mismo y no dejaron escapar otra oportunidad de lograr lo casi impensable.
Esta vez un empate fue suficiente. Un 1-1 que quizá no pase a la historia como sí lo hará Osimhen tras marcar el gol. Un grito que costará borrar de la retina de los napolitanos y del que costará dejar de hablar en Nápoles.
Esta vez, el conjunto partenopeo no falló a su cita con la historia, se convirtió en campeón del Scudetto por tercera vez -después que lo hiciera dos veces con Maradona- y devolvió a lo más alto de Italia a todo un pueblo.