Tiembla. La cancha se mueve. Se sacude al ritmo infernal de un impresionante terremoto de emociones. Y los culpables están ahí, en el campo de juego. Miguel Ángel Russo y sus jugadores acaban de bordar la 12° estrella en el escudo de Rosario Central, ese club que es mucho más que un equipo de fútbol: es un movimiento popular impresionante. Que conmueve. Que emociona. Que arranca lágrimas y hace explotar el corazón de esa marea de gente que desbordó e hizo colapsar Santiago del Estero. “Para ser un Canalla se necesita un poco de locura”, cantan los fanáticos. Y los jugadores se prenden. Porque eso es este club. Eso es lo que puede desatar: una locura hermosa. Una locura que no sabe de distancias y que no tiene explicación.
El partido, el último escalón hacia la gloria, fue un parto. Luego de algunos minutos iniciales en los que ambos equipos se calibraron y parecieron presos del nerviosismo, el Canalla supo administrar terreno y pelota. Y tuvo un 60% de posesión en el primer tiempo. El Calamar no se preocupó por la tenencia: procuró mantener compactas y ordenadas sus dos líneas de cuatro y apostó a contragolpear con Ronaldo Martínez y Pellegrino. Los rosarinos tardaron unos minutos en acomodarse ante un rival que le cerró los caminos y que tuvo algunas aproximaciones a través de la pelota parada. Los dirigidos por Russo advirtieron raudamente que los envíos largos para Martínez Dupuy eran improductivos e intentaron hacer pasar más la pelota por los pies de tres futbolistas que, cuando se encontraron, generaron fútbol: Campaz, Malcorra y Lovera, quien coronó una gran jugada individual con una excelsa definición de zurda para hacer detonar a un estadio que fue un volcán en erupción.
La sociedad que compuso el trinomio creativo de Central se potenció en el arranque del complemento, cuando afloró la sintonía fina y hubo un poco más de fluidez a la hora de construir. El travesaño privó al colombiano Campaz de convertir lo que hubiese sido un golazo infernal tras una gran jugada elaborada. Pero este equipo de Russo se construyó en base al sudor, el sacrificio y, también, una buena dosis de sufrimiento. En el tramo final del encuentro, cuando el termómetro aún marcaba 36° y las piernas empezaban a pesar, tuvo que sufrir. Palermo mandó a la cancha a Servetto y Zalazar. A partir de ese momento, el partido fue una prueba de resistencia para el Canalla. Y Fatura Broun, tantas veces héroe en este certamen, se puso la capa y salvó a su equipo con un manotazo providencial tras un remate muy peligroso del ingresado Zalazar. El arquero luego completó su gran tarea al desactivar un cabezazo de Picco.
Fue tremenda la inversión de sudor de los volantes para cubrir espacios. Fue enorme la tarea de los zagueros, Mallo y Quintana, quienes defendieron cada pelota a punta de pistola y despejaron todo lo que sobrevoló el espacio aéreo de la Academia rosarina. Y fue impactante sentir cómo se paralizaron los corazones cuando un remate de Servetto rozó el palo. Porque todo campeón necesita también su dosis de fortuna. Y este equipo, que se metió en los play off por la ventana y que luego supo eliminar a dos candidatos como Racing y River por penales, tuvo también esa imprescindible dosis de suerte en momentos decisivos de la competencia.
Central fue un equipo luchador, esculpido por el cincel de un portentoso y experimentado baqueano como Russo, prócer de la Academia al que sólo le faltaba un título. Un conjunto para nada pretencioso ni demasiado funcional a la estética, pero sí muy pragmático e inteligente. Un grupo dueño de una convicción inquebrantable y un espíritu que contagió a todos, enamoró a sus hinchas y los llevó a alcanzar el sueño máximo.
Hubo un festejo estremecedor en las entrañas del estadio. Una celebración desaforada que nació en Santiago del Estero, cuyo eco tuvo epicentro en Rosario y que mostró réplicas en cada rincón del mundo en donde habita un hincha del Canalla. Una fiesta esperada y anhelada por abuelos, padres y nietos. Porque es cierto que el reglamento técnico indica que esta competencia es una copa nacional y no un campeonato, pero el paladar futbolero lo sintió como si fuese un torneo, algo que Central no consigue desde la temporada 1986/87, de la mano del eterno Ángel Tulio Zof.
“Si el carnaval es el pueblo, el pueblo es hincha de Central”, fue la canción que más retumbó en la cancha. La cantaron todos: jugadores, hinchas, cuerpo técnico y dirigentes. Y vaya si tienen razón: Central es pueblo. Es carnaval. Y ahora también es campeón.