El término se puso de moda en la primera década del siglo y perduró durante buena parte de la segunda: “tasas chinas”.
Un ritmo de crecimiento cercano a los dos dígitos, empujado por la integración del gigante asiático a la economía mundial, de la que demandaba cantidades ingentes de materias primeras e insumos, elevando los precios de commodities agrarias, minerales e industriales y favoreciendo en especial a las economías emergentes. De allí que también en parte de esa etapa, los primeros años del kirchnerismo, la economía argentina también creció “a tasas chinas”.
Tras la crisis de 2008/2009 y el repunte de los precios de las commodities a un nuevo pico en 2012, desde entonces la economía argentina se estancó y cayó su PBI por habitante, la medida más usada –aunque imperfecta- para medir el progreso material de un país.
Pero he aquí que tras un 2024 que en el balance dará recesivo, con un colapso de la demanda al principio del año, hasta el piso de abril, las variaciones intermensuales se suavizaron y en el tercer trimestre el PBI del período fue 3,9% superior al del segundo, marcando el inicio de la recuperación y abriendo la puerta a un año de buen crecimiento.
Según Economía, en los últimos 5 meses el nivel de actividad recuperó la caída de los 5 meses anteriores y en noviembre la actividad fue 5,3% al piso de abril y es ya 0,6% superior al de noviembre de 2023.
Aunque no ajustó ni su proyección de inflación (que mantuvo en 45%) ni la de crecimiento del PBI (5%), en su última actualización del “Panorama Económico Mundial” (WEO, por sus siglas en inglés), el FMI proyectó que en 2025 la economía argentina crecerá 5%, estimación que algunos consultoras locales ya elevan al 5,5% e incluso más, en lo que Economía define como “una recuperación en V”.
Se trata de “tasas chinas” aggiornadas a un contexto en que la economía mundial crecería 3,2 por ciento. China lo haría a un modesto (para sus antecedentes) 4,5%; con lo cual la economía argentina crecería más de 10% por sobre el ritmo chino, superando además el ritmo del conjunto de los “mercados emergentes y economías en desarrollo” (4,2%) y el de todas las economías vecinas. Por caso, según el WEO Brasil crecería apenas 2,2%, ritmo que ahora incluso es considerado optimista, dada la incipiente crisis fiscal, cambiaria y de confianza que atraviesa la mayor economía sudamericana.
Se trata de un notable contraste con el primer decenio de este siglo, cuando Brasil fue una gran “locomotora” de la Argentina: no solo crecía, sino que lo hacía al tiempo que el real se apreciaba, por lo que PBI brasileño en dólares crecía “recargado” y ejercía una fenomenal tracción sobre los socios del Mercosur. Ahora sucede lo contrario: Brasil parece debilitarse y su moneda se devaluó fuertemente respecto al dólar, mientras el peso argentino, restando el efecto de la inflación, fue la moneda del mundo que más se apreció a lo largo de 2024, un 44%, más del doble de la segunda que más se apreció, la lira de Turquía, economía con la que la Argentina tiene una llamativa sincronía.