El anuncio del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional despejó, al menos por los próximos cuatro meses, un factor de incertidumbre para el mercado. Pero, más allá de brindar precisiones clave como la meta de reservas internacionales en el BCRA, el nivel de ajuste fiscal comprometido y, sobre todo, el próximo desembolso, tanto el comunicado del FMI como el propio ministro de Economía, Luis Caputo, “escondieron” gran parte de las cartas.
Consultado en la conferencia de prensa respecto de las proyecciones en las que se sustentará el nuevo tramo del acuerdo de Facilidades Extendidas con el FMI, el funcionario obvió la respuesta, sobre la que tampoco hay indicios en el texto que difundió el organismo de crédito multilateral.
De todos modos, esos supuestos se conocerán hacia fin de mes cuando el directorio del FMI apruebe la revisión y el desembolso de los USD 4.700 millones anunciados. Los datos que incluirá el documento confirmarán aquella advertencia del presidente Javier Milei respecto de la perspectiva de un año, o incluso dos, de estanflación.
Es que las proyecciones preliminares del equipo económico muestran un escenario de fuerte recesión: el cálculo es que la economía caerá 4% en 2024, lo que traerá aparejado un incremento del desempleo que lo volvería acercar a los dos dígitos, al mismo tiempo que el poder adquisitivo de los salarios no tendrá chances de recuperación alguna.
Esas desgracias que deberán afrontar los argentinos, suponen Caputo y sus colaboradores en el escenario más optimista, comenzarían a revertirse hacia fin de año. Pero la economía recién tomaría real impulso en 2025. El camino hasta esa fecha es desafiante, no sólo en términos económicos sino particularmente políticos.
En ambos aspectos, en el Gobierno están convencidos de que la meta más compleja y el mojón más difícil de alcanzar es abril. Si se logra llegar al segundo trimestre sin caer en un descontrol de las variables, “el resto del año se surfea”, aseguraron a este medio fuentes oficiales.
En cualquier caso, la ola a “correr” será bien alta y avanzará con mucha fuerza. La profundidad de la recesión que anticipan en el Palacio de Hacienda excede la tasa de caída que prevé el consenso de los consultores privados.
Según el último Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central, los expertos consultados calculan un retroceso de 2,6%, con el mayor impacto en el primer trimestre. Esa caída se moderará en el siguiente, principalmente por el impacto positivo de la cosecha. La sequía del año pasado dejó muy baja la base de comparación de actividad para esos meses, lo que modulará el impacto este año.
Es precisamente en ese punto donde en el Gobierno esperan que se produzca el punto de inflexión. Si bien prevén que la inflación seguirá alta en los próximos meses, apuestan a indicadores de al menos la mitad del dato de diciembre.
A partir de abril, con el ingreso de los dólares del campo, los técnicos prevén que se podrá normalizar definitivamente el pago de importaciones, lo que eliminaría grandes sobrecostos para la economía y contribuiría a frenar marcadamente la aceleración de los precios, y atenuar la recesión.
“La baja de la inflación se va a empezar a sentir en la segunda mitad del año, con la normalización de los pagos, va a haber más competitividad de las importaciones y eso va a ayudar mucho a desinflar”, aseguró una fuente oficial.
La confirmación de ese supuesto será clave para sobrellevar la presión que acumulará el mercado laboral, tanto por la pérdida de puestos de trabajo como por la caída del salario real. En esa materia, los funcionarios contemplan que las cifras serán duras: la suba del desempleo podría llegar a los tres puntos porcentuales de la oferta laboral, con lo cual el nivel de desocupación se ubicaría en torno al 9 por ciento.
La dosis de optimismo llega, otra vez como en el gobierno de Mauricio Macri, hacia fin de año. Es en el último trimestre cuando, si el plan funciona, se invierte la proyección económica y se empiezan a recuperar los empleos perdidos.
Ese proceso coincidiría, según la mirada oficial, con la recomposición salarial que, de todas formas, impactaría notoriamente a partir del próximo año, en el caso de que las cosas salgan bien. “Puede fallar. Pero también puede funcionar”, dicen muchos economistas.