Un grupo de estudiantes recibe a Bernardo Arévalo (Montevideo, 64 años) en el parque central de Escuintla, en el sur de Guatemala. El sonido tropical de la cumbia pasa de mano en mano entre los jóvenes hasta llegar al candidato presidencial del Movimiento Semilla que coge el güiro y baila.
Después, hace sonar la percusión con las baquetas. El vídeo, publicado en su cuenta de TikTok el 6 de agosto con la leyenda “¿A que no me conocían esta faceta?”, fue compartido por decenas de miles de personas.
Y en parte, así, con historias en redes sociales que le acercan a los más jóvenes, este sociólogo, doctor en Filosofía y Antropología Social y diplomático especialista en resolución de conflictos, llegaba este 20 de agosto a la segunda vuelta de las elecciones como el favorito para convertirse en el próximo presidente del país más poblado de Centroamérica. El voto de los guatemaltecos lo confirmó. Arévalo ganó con más del 59% de los apoyos.
Aunque antes de la primera vuelta del 25 de junio su nombre no aparecía en ninguna quiniela, el fundador del Movimiento Semilla, un partido impulsado por intelectuales y jóvenes profesionales indignados con las formas tradicionales de hacer política, logró de manera sorpresiva ser el segundo más votado.
Desde entonces y, en solo dos meses, Arévalo ascendió al primer lugar en las encuestas hasta ganar frente a la ex primera dama Sandra Torres, de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), que en su tercer intento por convertirse en presidenta ha abandonado sus orígenes socialdemócratas para lanzarse a conquistar el voto más conservador.
Este político, que se identifica como socialdemócrata, ha sido, entre otros cargos diplomáticos, embajador de Guatemala en España y desde el año 2020 lideró la bancada de Movimiento Semilla, un partido que surgió al calor de las protestas anticorrupción de 2015. Ahora ha conseguido ilusionar a los guatemaltecos con un firme mensaje anticorrupción y un atípico discurso antisistema.
Durante la campaña, lejos de echar mano de mensajes incendiarios, Arévalo solía responder con calma a los ataques de su rival, que le ha acusado desde de ser extranjero —el candidato nació en Uruguay durante el exilio de su padre, el expresidente Juan José Arévalo (1945-1951)—, y de no conocer el país por haber vivido en varias etapas fuera, a no creer en Dios y querer imponer la ideología de género y el aborto en Guatemala, aunque su programa no prevé ningún cambio al respecto.
“Al pueblo de Guatemala: este es exactamente el tipo de mentiras e información con el que se está tratando de engañarlos y distraerlos”, repitió el candidato el pasado lunes una y otra vez en el único debate presidencial que se ha celebrado antes de la segunda vuelta. Arévalo también ha mantenido la calma ante los intentos de impugnar los resultados de la primera vuelta y de sacar a su partido del proceso a través de decisiones judiciales. El Movimiento Semilla ha sido foco de una investigación por la supuesta falsificación de firmas en las adhesiones de simpatizantes para la conformación del partido, algo que no ha prosperado y que él y su equipo atribuyen al deseo de las élites políticas tradicionales de sacarlos del tablero.
“No nos vieron venir“, repetía reiteradamente después de la primera vuelta. Su principal promesa es recuperar las instituciones guatemaltecas, asfixiadas por la corrupción, para, a partir de ahí, poner a funcionar el Estado al servicio de la población. Pero Arévalo no promete milagros para Guatemala, un país de 17,6 millones de habitantes, en el que cerca del 60% de la población vive bajo la línea de la pobreza, y con grandes carencias de salud, educación o infraestructuras. “Nosotros siempre decimos: ‘No tenemos varita mágica’.