La vida de Chris Watts era cartón pintado. Una escenografía montada sobre una maravillosa casa de dos pisos, una vida increíble, inmersa en un paisaje idílico, cobijando una familia bella y perfecta. Con 33 años, alto, apuesto, padre cariñoso, marido empático y trabajador, parecía el hombre ideal. Lo que su familia, sus amigos, sus jefes y sus vecinos veían era una falacia.
Todos se enterarían de una manera brutal de la existencia de su otra cara, la de Mr Hyde, en agosto de 2018. Su caso conmovió a la sociedad hasta tal punto que, dos años después, se convertiría en una de las películas más vistas de Netflix: El caso Watts: El padre homicida.
Algoritmos para un cuento de hadas
El nacimiento del amor se lo debieron a los algoritmos. Chris Watts y su mujer Shanann Cathryn Rzucek se conocieron a través de la red social Facebook. La primera vez que a ella le llegó una sugerencia de amistad con un joven con quien tenía amigos en común, ella la declinó. Era muy guapo, pero en ese momento no estaba interesada en sumar nuevos amigos.
Un par de meses más tarde los algoritmos insistieron y la encontraron con la guardia baja. Shannan acababa de tener un diagnóstico que la había descolocado, padecía una enfermedad autoinmune llamada lupus, y venía de un divorcio traumático que le había destruido su autoestima. Tener lupus la terminó de hundir en la depresión, al punto que dejó su trabajo donde se desempeñaba desde hacía nueve años. Empezó, también, a alejarse de sus amigos de toda la vida. Esta vez, Shannan miró las fotos de Chris Watts y le dio clic a aceptar. Arrancaron con una relación virtual que se concretó en una cita presencial en el año 2010.
Apenas se encontraron tuvieron mucha química. Se llevaban bien, hacían buena pareja. Las cosas avanzaron rápidamente.
El casamiento llegó el 3 de noviembre de 2012 con vestido blanco, tiara con brillantes de princesa, cortejo y toda la pompa. Él se enfundó en un impecable traje oscuro sobre un chaleco de seda azul francia que hacía juego con su corbata. Besos a cámara, bailes enamorados, torta, festejos, felicidad pura. El suegro de Chris, Frank Rzucek, tomó el micrófono y habló emocionado: no hubiera podido soñar con un yerno mejor, Chris había hecho que su hija volviera a sonreír. Todos los invitados soltaron lágrimas de alegría.
Sin embargo, no todo era como aparentaba. Los Watts gastaban mucho más dinero del que ganaban. Viajaban, consumían, disfrutaban… pero las cuentas no cerraban.
En 2015 no les quedó más remedio que declararse en quiebra: la plata no les alcanzaba para seguir viviendo esa existencia de fantasía.
Chris se la pasaba buscando distracción en Internet. Destinos turísticos a los que ir con su amor de turno, alhajas para regalarle a su amante, restaurantes para comer con ella. Shanann, el hijo por venir y sus hijas habían dejado de estar en el centro de su vida. Es más, no figuraban en ningún futuro plan.
Chris se comporta de manera extraña. Dice que él se fue a trabajar a las 5:15 de la mañana. Mientras uno de los oficiales hace las preguntas de rigor, él va y viene por la casa. Dice que nota que las mantas de las chicas no están y aclara que no salen jamás sin ellas. Recorren el cuarto celeste de Celeste con cortinas color sangre; el cuarto lila de Bella. Todos los ventiladores están girando. Nickole, de pronto, encuentra el Iwatch negro y el teléfono de Shannan debajo de los almohadones del family room del primer piso. Chris admite que Shannan no vive sin su celular. Vaya verbo. El móvil está apagado. Lo prenden y el primer mensaje que aparece es de Chris a las 7:40 de la mañana: “Si te llevás a las chicas, avisame dónde estarán!”. Después entran los mensajes de Nickole y otros de Chris.