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VISITA PAPAL

El viaje del Papa a la Argentina solo depende de su salud, no de un eventual triunfo de Javier Milei

Cómo se reacomoda la Iglesia tras la misa de los curas villeros por los ataques del candidato libertario.

El viaje del Papa a la Argentina solo depende de su salud, no de un eventual triunfo de Javier Milei

El haber sido Javier Milei el candidato que más votos obtuvo en las PASO provocó un terremoto en todos los ámbitos con algún grado de voltaje político de la vida nacional. La Iglesia católica no solo fue alcanzada por el tembladeral, sino que se generó una fuerte polémica interna acerca de cómo plantarse ante su controvertido protagonismo, e incluso abrió el interrogante de si efectivamente el Papa Francisco concretaría su visita al país en el caso de que el libertario llegara a la presidencia.

El debate intramuros se disparó a raíz de la decisión de los curas villeros de la Capital y el Gran Buenos Aires de oficiar una misa de desagravio al Papa por los insultos y acusaciones de “encarnar al Maligno” que le propinó Milei. Si bien éstas fueron hace algunos años, los sacerdotes consideraron que adquirieron mayor dimensión luego de que -tras internas abiertas- quedó bien posicionado para la presidencia.

Pero todo indica que la misa no contó con el beneplácito de la cúpula de la Iglesia argentina, que optó por guardar silencio, ni del propio desagraviado, nada afecto a responder insultos y críticas feroces como se demostró cuando, siendo arzobispo de Buenos Aires, era acusado por el periodista Horacio Verbitsky en reiterados artículos y en varios libros de haber sido cómplice de la última dictadura militar.

El entonces cardenal Jorge Bergoglio tardó diez años en salir al cruce de las acusaciones -alentadas por Néstor y Cristiana Kirchner (llegaron a leer antes de su publicación los artículos)- y exponer para el libro “El jesuita” su versión acerca de su papel durante el terrorismo de Estado y, en particular, ante el secuestro de dos sacerdotes jesuitas cuando era el superior de la congregación en la Argentina.

Es cierto que Francisco, en una de las entrevistas que concedió en marzo a raíz del décimo aniversario de su pontificado, realizó una sugestiva recomendación de canalizar convenientemente el enojo con los políticos porque, recordó, ese malestar llevó al pueblo alemán a optar por “alguien nuevo”, que era Hitler. Pero las fuentes dicen que esa advertencia del Papa debería ser suficiente por ahora.

No obstante, las principales objeciones a la misa que se escuchan en la cúpula eclesiástica argentina y en Roma pasan por el hecho de que se descendió al barro de la campaña electoral y se sugirió por qué candidato no debería votar un católico, algo vedado en la Iglesia; todo esto luego de que Milei tras las PASO cambió de actitud y dijo que “respeta al Papa como jefe de la Iglesia”.

Lo que sí puede y suele hacer la Iglesia ante cada elección es difundir declaraciones respecto de los principios que los católicos deben tener en cuenta a la hora de emitir el voto, así como promover el estudio de la trayectoria de los candidatos. Y, en fin, demandar a éstos propuestas claras y un debate de ideas que prescinda de las agresiones verbales.

Un dato elocuente es que la misa se ofició en una villa de la ciudad de Buenos Aires, pero no estuvo presente el arzobispo local, Jorge Ignacio García Cuerva, quien vivió muchos años en asentamientos -aunque no se define como cura villero-, llegando a ser el párroco de la emblemática villa La Cava, en San Isidro.

También fue llamativa la falta de adhesión de la cúpula del Episcopado -que agrupa a todos los obispos del país-, presidida por monseñor Oscar Ojea. “La misa de desagravio es una iniciativa de los curas villeros, un sector de la Iglesia relevante y respetado”, decían cerca de las autoridades eclesiásticas para tomar distancia.

Eso sí, está fuera de discusión el gran aprecio y valoración del Papa por los curas villeros, a los que promovió cuando era arzobispo de Buenos Aires. Quien presidió la misa, el obispo Gustavo Carrara, es un cura villero ascendido por el propio Francisco. A su vez, el Papa tiene una relación entrañable con el padre Pepe Di Paola.

El conflicto con Milei que patentizó la misa llevó a fuentes cercanas a Francisco a afirmar de modo categórico que su visita al país depende únicamente de su salud -que, por ahora está muy bien, aclaran-, no de un eventual triunfo del libertario. Fueron más allá: “La visita no depende del triunfo de ningún candidato”.

Recordaron que el pontífice confirmó el mes pasado en una entrevista que el viaje “está programado” para después de las elecciones, sin perjuicio de los estudios de factibilidad que exigen todo periplo papal. Y que se baraja una fecha “más hacia el final que hacia el principio” del primer semestre de 2024.

La ratificación de su decisión de venir es más relevante porque fue hecha luego de que, hace dos semanas, Francisco afirmara en el vuelo de regreso de Mongolia ante los periodistas: “Para mí ahora hacer un viaje no es tan fácil como antes; tengo limitaciones para caminar, esto limita, pero ya veremos”.

La insistencia en el viaje no parece ceñirse a ratificar la voluntad de visitar a sus compatriotas luego de once años de haber sido elegido. Conlleva el mensaje de que su venida está por encima de los avatares políticos y las opciones partidarias, incluida la simpatía que se le atribuye por el peronismo.

Gane Milei o quien sea, Francisco quiere venir -además de a confirmar a los católicos en la fe como pontífice- a contribuir a la unidad de los argentinos, dicen sus allegados. Un objetivo ciertamente ambicioso de cara a un país de futuro incierto.


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