Brendan Fraser está de regreso en el cine mainstream. Después de años de participar en proyectos de escasa visibilidad, por fin tuvo la oportunidad de mostrar su calibre como actor en “La ballena” (”The Whale”).
Dirigida por Darren Aronofsky, un director que se caracteriza por películas de una dureza implacable (”Requiem for a dream”) y por poner a sus actores en retos al límite (”Black Swan”, “Mother!”), esta película no entró en la lista chica de mejores películas al Oscar, que se entregan el domingo, pero sí catapultó a Fraser a su primera nominación como Mejor Actor.
“La ballena”, sobre un profesor de inglés que sufre obesidad mórbida, trazó rápidamente dos bandos en su estreno en Estados Unidos: el de los que se conmovieron con la historia y el retrato de Charlie, y el de quienes repudiaron la representación del protagonista y de su condición.
Como se sabe, una buena parte de las discusiones del ecosistema cultural de Occidente giran alrededor de la “representación”, palabra clave de la época, imbuida de un poder casi místico e invocada por grupos y minorías que conciben la ficción como un campo de batalla a conquistar para la causa propia. El tratamiento que el film le dispensa a Charlie fue blanco de todo tipo de críticas: los cargos contra el director Darren Aronofsky incluyen, además del maltrato general hacia el protagonista, el promover una imagen negativa de los obesos y la patologización de la gordura (el reverso sería, parece, mostrarla como una elección de vida).
La virulencia de las críticas indica que la película, más allá de sus méritos y sus faltas, posee alguna especie de contundencia, de eficacia. Y una buena parte de esa eficacia hay que buscarla en el trabajo de Brendan Fraser, que encuentra en Charlie la ocasión para volver al cine mainstream con una nominación al Oscar a Mejor Actor, después de los años de exilio en films de baja o nula visibilidad.
Transformarse en Charlie le costó a Fraser cuatro horas por día de maquillaje. Cargando con un vestuario de más de cien kilos, el actor le imprimió al personaje una gestualidad inédita: la inmovilidad, la dificultad para pararse o para respirar, el agotamiento, la transpiración, la forma en la que se sacude las migas del pecho, todo parece nuevo, algo que el cine casi no hubiera filmado.
Estrella en ascenso desde fines de los 90, Fraser construyó su carrera en torno a un cine físico, sea en films de aventura (la saga de “La momia” o “Viaje al centro de la Tierra”) o en comedias (“Cabezas huecas”, “Al diablo con el diablo”). Después de un retiro largo e involuntario, el regreso con “La ballena” lo tiene explorando otras formas de corporeidad hiperbólicas, aunque ya no sean vitales y gozosas sino precarias y sufrientes.
En esta entrevista profundizó sobre esta experiencia, que podría llevarlo a la cima del prestigio este domingo.