El centro histórico de San Pablo está a tan sólo 15 minutos de autos de la avenida Paulista, epicentro financiero y económico de esta inmensa capital industrial de Brasil. A medida que pasan las cuadras el contraste es más grande: de grandes edificios con helipuertos a viejas viviendas, muchas de ellas, sin siquiera ventana o electricidad.
Hay mucha gente en la calle. Personas con carpas y colchones instalados debajo de los techos sobre la vereda porque es allí donde duermen. También están quienes con sus carros “cartonean” para ganar algún dinero. En ese contexto, entre las motos que van y vienen y una considerable suciedad en la calle, se emplaza Bom Prato (Buen Plato, en español), una red de comedores públicos que funciona desde el 2000 en el estado de San Pablo.
Tienen 94 restaurantes públicos en todo San Pablo y desde hace 22 años reciben a decenas de miles de personas que no tienen para comer y encuentran aquí un lugar donde hacerlo por un precio más que accesible. Pueden desayunar por 50 centavos de real ($25 al tipo de cambio “blue”) y almorzar por 1 real ($50 aproximadamente). Sólo en el local del centro histórico de San Pablo reciben a cerca de 1800 personas por día, y le llevan comida a otros 300 que no se pueden acercar hasta ahí.
Un refugio ante la pobreza
“Vengo desde hace años porque soy pobre, no tengo trabajo formal y es lo que me alcanza para comer”, explica Daniel, un hombre que bien vestido y muy pacientemente aguarda en la fila para poder entrar al comedor. Su caso es el ejemplo de muchos: nunca tuvo la posibilidad de insertarse en el ámbito laboral y tiene que recurrir a estos centros de ayuda para no pasar hambre. Viste un saco gastado y una camisa muy prolijamente puesta dentro del pantalón.
El restaurante Bom Prato está situado justo a mitad de cuadra de la calle 25 de marzo. Desde la puerta salen dos filas que cada una de ellas llegan hasta la esquina. Hacia un lado están las personas con prioridad (falta de capacidades o con hijos) y para el otro quien puede esperar un rato más, detalla Marcelo, uno de los coordinadores del comedor.
Son unos 10 colaboradores que todos los días cocinan los platos con arroz, porotos, ensalada, fruta y un pedazo de carne. Uno de ellos ordena el ingreso desde la calle, otro los espera adentro como si fuera en una boletería donde les entrega un ticket a cambio del dinero y en la cocina y comedor se ubican el resto de las personas que sirven los platos y ubican a quienes vayan a comer entre las 86 sillas de plástico que tienen a disposición.
La fila para ingresar ya se empieza a formar a las 10.30 de la mañana y continúa para las 13. Es incesante la cantidad de personas que se acercan todos los días. Algunos de ellos incluso no tienen ni siquiera un real, entonces les facilitan una tarjeta del lugar que les asegura tener su porción diaria. El respeto y agradecimiento por el comedor se siente en el aire. Nadie quiere adelantarse en la fila y, pese al vulnerable contexto del sitio, aseguran que todos se cuidan con todos.
La difícil misión de comer en Brasil
Es fácil encontrar platos con pescado, carne y porotos en cualquier restaurante de Brasil. Las opciones de menú más clásicos así lo ofrecen. Pero no lo es para millones de familias que pasan semanas sin comer algo de carne.
Según la Red Brasileña de Investigación en Seguridad Alimentaria, unos 33,1 millones de brasileños pasan hambre, un alza de 73% en los últimos dos años. Jair Bolsonaro rechaza estas cifras.
El gobierno expandió desde agosto y hasta fin de año el auxilio de emergencia para las familias vulnerables, un plan social que pasó de 400 reales (77 dólares) a 600 reales (115 dólares). Fue un aliciente para una situación compleja, pero que no terminó por resolver el problema de fondo. La pandemia tuvo un impacto muy fuerte en Brasil. La inflación se disparó a 10% interanual -mientras que los sueldos no suben desde los últimos años- y el desempleo llegó a estar en el 21%.
La ONU volvió a colocar a Brasil en su Mapa del Hambre, lo que significa que considera que en el país hay hambre crónica, o estructural. Esto quiere decir, que no es una situación excepcional, sino que los riesgos alimenticios están bien arraigados al contexto brasileño actual. Será un desafío del próximo presidente revertir esta situación para tratar de sacar a estas millones de personas de la pobreza.