Lo que podía haber sido una bisagra en su vida, un antes y un después, un episodio traumático de esos que dejan una secuela imborrable, para Alejandro Travaglini fueron sólo "45 segundos de terror, quizás los más dolorosos, pero después del hecho se sucedió una cadena de acontecimientos fortuitos que hicieron que aquello no fuera más que una anécdota de la puta madre".
No le baja el precio a lo que tuvo que enfrentar. "Pero el trauma disminuyó a partir de que una ola salvadora que me depositó en la orilla. Ese fue el comienzo de una serie de hechos sincronizados que hicieron que el registro emocional fuera positivo".
"Después, en la orilla, ensangrentado, tuve la lucidez para indicar cómo tenían que hacerme un torniquete en la herida profunda. Y tirado en la arena, sin perder el conocimiento, se me ocurrió pensar en el servicio de emergencias en los que te envían un helicóptero que me traslado a la ciudad de Perth. ¿Se entiende? Aquello que me pasó fue inolvidable, pero no me cambió mi vida".
"Aquello", resume casi con desdén Travaglini (42), bonaerense de Beccar, que vive hace 15 años en Margaret River, un paraíso costero en Australia, donde puede desarrollar su pasión: el surf. "Aquello" ocurrió el 15 de abril de 2018, cerca de las 8.30 de la mañana, cuando surfeando en las aguas de Cobblestone, se encontró frente a frente con un tiburón blanco de cuatro metros. "Dicen que fueron tres mordidas, para mí fue una sola y furiosa, pero no lo tengo claro".
Las doce de la noche en Argentina y once horas más tarde en Australia. Mientras termina su brunch de huevos revueltos, Alejandro revive la historia sobre la que le ha preguntado todo el mundo y él parece haberla olvidado. "No es una postura, ni tampoco una actitud de soberbia, pero ya pasaron cinco años".
En una galería de su casa, mientras desayuna y conversa con Clarín, pone las piernas sobre una mesa y muestras las heridas de una batalla triunfal. "Son tres cortes principales... Éste en el gemelo izquierdo -se ve hundido, impresiona-, este otro tajo en el cuádriceps izquierdo -de unos 30 centímetros- y uno más cerca de la rodilla derecha, más disimulable".
"Hay que separar los tantos. En ese momento, pensé lo peor. Primero, en morirme, luego cuando supe que viviría, estaba convencido de que perdería mis piernas y, como dije antes, la recuperación fue en tiempo y forma. Demoré algunos meses en volver al agua, pero con paciencia y una confianza que fui retomando, lo naturalicé. Desde el vamos, estando internado, supe que iba a darlo todo por volver a surfear. No me iba a achicar, pese a haber tenido el susto de mi vida".
"Fuck off cunt"
Un tajo de 30 centímetros, 100 puntos de sutura. Y apenas una semana internado para tamaño panorama. "La escena cada tanto aparece pero no me perturba. Se dijeron muchas cosas, pero yo no me agarré a trompadas con el tiburón... Yo surfeaba y en un momento pude introducirle la quilla de la tabla de surf en la garganta, que lo lastimó y creo que eso lo confundió".
Repasa la escena más escalofriante de su vida a partir de la reconstrucción que hizo con las fotos que pudo hacerle un fotógrafo australiano: "Primero estuve con el tiburón cara a cara, pero yo mirándolo desde arriba, a un metro de distancia... Luego me encontré agarrando la tabla como si fuera un escudo con el que intento protegerme. Sentí una mordida, un desgarro, y me soltó, y finalmente le metí la tabla en la boca".
El tiburón daba vueltas en círculo alrededor de Travaglini. "Lo vi confundido, como no entendiendo qué carajo había mordido, estaba como frustrado. Yo pasé del terror por la situación, a estar furioso. Hice contacto visual con el tiburcio y en ese momento, loco como estaba, sentí que me nivelaba, que estaba en igualdad de condiciones".
Sin mandarse la parte y hoy, a cinco años, cree que el tiburón se dio por vencido. "Esta presa no es para mí, debe haber pensado -desliza sonriente-. Y me da la sensación de que se dio cuenta que tenía la pelea perdida".
Sacadísimo al verse herido, lo insultó de arriba abajo... en inglés. "Fuck off cunt (la recon... de tu madre). En ese momento, un amigo me gritó 'Soltá la tabla' y no sé por qué lo hice, y justo una ola perfecta me ayudó a alejarme del tiburón y nadar desesperadamente hasta la orilla... Sentía que me colgaba la pierna".
Saltar vallas psicológicas
Travaglini reconoce que no volvió al lugar donde fue atacado por el tiburón blanco hasta hace unos días, "cuando me propuse derribar esas vallas psicológicas que me venían haciendo ruido en mi cabeza. Cuando hace unas semanas hablé con vos para coordinar esta videollamada, me quedé pensando en los obstáculos que no había podido superar y éste era el principal: volver a surfear en Cobblestone".
"Quería hablar con vos y decirte que lo pude volver a hacer. Fue una experiencia fantástica, surfeé una ola hermosa, estaba solo y pude salir adelante, batallar con mis miedos, lidiar con ese trauma. En un momento me vi solo, en el medio de la inmensidad y pese a ver sombras de algunos bichos no arrugué. Eran delfines que por lo general te acompañan y yo ya los distingo porque tienen una forma de nadar bien distinta, más elástica que los tiburones, que son más rígidos".
Admite que tuvo momentos de nerviosismo, de imágenes del pasado que reaparecían. "Mantuve la concentración y cuando las papas quemaban en el bocho, apelé a técnicas de respiración que me serenaban. Es difícil explicar una sensación personal y más si se trata de una actividad que pocos practican, pero fue la gloria para mí, volví a tener la capacidad de surfear solo en un lugar que hasta nada lo tenía bloqueado".
Investigador apasionado
Se trata de una zona de un kilómetro y medio de extensión donde sucedió el 90 por ciento de los ataques de tiburones que hubo en los últimos diez años. "No me animaba a ir pese a que es un lugar perfecto para surfear, pero suele haber muy poca gente y hay un dicho popular que los tiburones van hacia las costas donde hay menos de 11 personas y vuelven siempre a los lugares donde encontraron comida, aunque conmigo fue la excepción", sonríe.
Especialista en hidrología, Travaglini trabaja en una mina de hierro donde se encarga de extraer agua subterránea de la napas en el norte de Australia. Tiene un perfil bajo y dio contadísimas entrevistas con los medios porque "no me interesa lucrar con esta historia que es mía. Me ofrecieron ir a programas de televisión, hacer alguna película, reportajes, pero no... Lo único que acepté fue un documental para National Geographic que se llama 'Shark versus surfer'. Nada más".
Casado con Tanya, australiana, y padre de dos hijos, Travaglini confiesa que si bien no hubo un cambio drástico en su vida, sí se transformó "en un investigador" que quiso saber por qué le pasó lo que le pasó. "No me podía quedar tranquilo, necesitaba averiguar y me dediqué a estudiar el comportamiento de los tiburones, hablé con científicos y especialistas. Así fue que descubrí, entre otras cosas, eso de que si hay más de 11 personas en la costa, ellos se alejan".
Desgrana pasión el argentino y la comparte en esta charla. "Averigüé que en la zona donde se registran la mayor cantidad de ataques tiene la particularidad de ser una topografía marina subterránea, donde puede haber colonias de focas y a los tiburones les permiten estar al acecho y no dejarse ver".
"También investigué que, por aquellos días, antes de lo que yo sufrí, había descubierto que muchas ballenas encallaron en las costas australianas y resultan un banquete imperdible para los tiburones. En aquel abril de 2018, el tiburón blanco que me mordió estaba yendo a la caza de una ballena herida que estaba en zona pero por algún motivo el tiburón no pudo llegar".
"Frustrado, furioso -continúa su relato-, impotente o confundido, creo que el tiburón pensó que yo podía ser esa ballena a la que estaba persiguiendo y que sangraba. ¿Pero por qué hubo tantas ballenas que encallaron casi al mismo tiempo? Porque sufrieron la tecnología de barcos que hacían mapeos subterráneos, cuyos dispositivos dañaron la sensibilidad auditiva de las ballenas que, desconcertadas, terminaron atascadas cerca de la costa".
Su conclusión lo enorgullece y agrega un dato más. "¿Sabés por qué hacían esos mapeos subterráneos los barcos? Porque buscaban el avión de Malaysia Airlines que había despareció hacía unos años (el 8 de marzo de 2014 partió de Kualu Lumpur a Beijing y nunca más se supo el paradero). Estudié, investigué, no mando fruta, yo creo en todo esto que digo y me cierra por todos lados".