Como ocurre desde hace un cuarto de siglo a partir de septiembre y hasta julio del año siguiente, el grupo de estudiantes y graduados que trabajan en el Grupo de Estudio de Mosquitos (GEM) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, “barre” todas las semanas los 200 km cuadrados de la ciudad de Buenos Aires para revisar 220 trampas (aproximadamente una por cada km cuadrado) que les permiten seguir de cerca la actividad del mosquito Aedes aegypti, el insecto que transmite el dengue, el zika, la chikungunya y la fiebre amarilla. Hace alrededor de tres semanas, en uno de esos frasquitos con agua que les ofrecen a las hembras un lugar ideal para depositar sus huevos, encontraron los primeros. Y poco después lo confirmaron en la otra punta del mapa.
Según escribe Gabriel Stekolschik en NEXCiencia, el portal de divulgación de la facultad, el primer hallazgo se hizo en un sensor situado en el Oeste (por el contrato de confidencialidad que firmaron con el gobierno de CABA, no pueden revelar el sitio exacto) y en las dos semanas siguientes tuvieron nuevos registros de huevos, pero en el lado Este, en puntos muy distantes del primer lugar. Eso indica que los mosquitos que están comenzando su temporada reproductiva no vienen de otro lado, sino que provienen de huevos que pasaron el invierno en estado de latencia en esos barrios y que, cuando empieza a haber condiciones ambientales adecuadas –un poco de agua en el recipiente donde están los huevos y temperatura suficiente– dan lugar a las larvas y de ahí salen volando los adultos, escribe Stekolschik.
“Ya desde la segunda semana de octubre empezamos a encontrar los primeros huevos –cuenta Sylvia Fischer, directora del GEM e investigadora en el Instituto de Ecología Genética y Evolución de Buenos Aires–. En los distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires empieza a haber adultos que están picando y cada semana son un poquito más que la anterior. O sea que en un mes vamos a tener bastantes mosquitos en todos los barrios y eso implica un poquito más de riesgo: si vienen personas infectadas desde otras regiones, porque ahora no estamos teniendo circulación de dengue, podemos tener otro brote como el que tuvimos a principios de este año, que fue muy importante”.
La investigadora explica que la temporada de dengue se alarga hasta los días más fríos porque en el verano hay muchos mosquitos y personas infectadas, eso tiene una cierta inercia y por más que empiecen los primeros fríos y las poblaciones de mosquitos se reduzcan, como ya está habiendo circulación, aumenta mucho la probabilidad de que siga habiendo casos.
“Durante el invierno no tenemos mosquitos adultos de aquí, por lo menos en Buenos Aires –explica Fischer–, porque esta especie no tolera bien las bajas temperaturas. Quedan sus huevos, que sobreviven unos cuantos meses esperando a que las condiciones sean favorables. Eso tiene dos consecuencias: una se refiere a la transmisión de la enfermedad, que se interrumpe, porque para que haya transmisión sí o sí debe haber mosquitos que estén picando, y la segunda es que tienen la posibilidad de superar ese período desfavorable porque los huevos tienen una supervivencia muy alta. Entonces, cuando aumenta la temperatura, las lluvias llenan recipientes o las personas riegan, nacen las larvas y empieza el ciclo de nuevo. Y se ve en toda la zona casi al mismo tiempo, porque huevos quedaron en toda la ciudad de los mosquitos que hubo la temporada anterior”.
La resistencia de los huevos es notable: durante un breve tiempo, hasta pueden tolerar el congelamiento. Las larvas necesitan temperaturas bastante más altas; los integrantes del GEM observaron que pueden completar su desarrollo a alrededor de por lo menos 12 grados. Y los adultos, para completar su ciclo de vida (alimentarse, picar, poner huevos) necesitan por lo menos 15 o 16 grados, en promedio. Incluso si hay unas cuantas horas al día de 18° o 20° pueden estar activos durante ese período.
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