Argentina se asomó la noche de este jueves 1° de septiembre al abismo de una crisis irreversible, terminal y sin retorno. El intento de magnicidio contra Cristina Kirchner confirmó que algo se rompió en la democracia argentina. Fue un atentado que tuvo como víctima y blanco principal a la Vicepresidenta pero que también puso a prueba a todo el sistema político y sus herramientas institucionales para dirimir conflictos.
El de anoche en Juncal y Uruguay fue un hecho de consecuencias imprevisibles, que exige del oficialismo y de la oposición una reacción clara, firme y sin especulaciones de condena contra la violencia política, los discursos de odio y la intolerancia. Y que demanda una investigación de la jueza María Eugenia Capuchetti sin interferencias, que despeje dudas e incertidumbres.
El arma empuñada por Fernando Andrés Sabag Montiel fue una demostración brutal de que las palabras siempre preceden a los hechos. Tras días de insultos, descalificaciones, amenazas y de anunciar “muertos”, la recuperada democracia argentina estuvo a punto de hundirse sin remedio.
El discurso del presidente Alberto Fernández acertó en advertir que “este atentado merece el más enérgico repudio de toda la sociedad argentina, de todos los sectores políticos y todos los hombres y las mujeres de la república, porque estos hechos afectan nuestra democracia”. Pero dejó un espacio de polémica y discusión al advertir que “la convivencia democrática se ha quebrado por el discurso del odio que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos de la sociedad argentina”.
¿Son los dirigentes de la oposición, los jueces y fiscales y los medios de comunicación responsables del intento de magnicidio? Esa generalización no hizo más que complicar una muestra de unidad y cohesión ante la violencia política.
“He dispuesto declarar en el día de mañana feriado nacional para que, en paz y armonía, el pueblo argentino pueda expresarse en defensa de la vida, de la democracia y en solidaridad con nuestra vicepresidenta”, convocó por cadena nacional el Presidente. Al filo de la medianoche, no había dirigente de Juntos por el Cambio dispuesto a participar de a la marcha, que en su convocatoria tiene ese párrafo incómodo, incriminatorio.
Inlcuso, durante la noche, los principales dirigentes opositores intentaban acordar un comunicado, pero el discurso del presidente, que incluyó además de las críticas el anuncio del feriado nacional y la convocatoria a la movilización a Plaza de Mayo agudizó las diferencias. Quedaron al final los tuits y declaraciones que expresaron cada uno de manera individual. Fue unánime la condena, el reclamo del rápido esclarecimiento y que se recupere la convivencia.
La dramática escena del intento de magnicidio en Recoleta, ante la impotente custodia presidencial, le suma a la crisis económica y el drama social que enfrenta la Argentina otro dato negativo, otro retroceso. Los medios del mundo informaban anoche que en la capital del país casi matan a punta de pistola a la persona con más poder.
El huevo de la serpiente
Pero el intento de magnicidio de Sabag Montiel no fue un fogonazo de locura solitaria. Ocurrió después de una escalada que empezó desde la política, con agravios y definiciones que parecían más aprestos de guerra que discusiones públicas. De eso se pasó a grupos violentos que se concentraban en inmediaciones del Congreso Nacional y de la Casa Rosada e insultaban a dirigentes políticos, en su mayoría del kirchnerismo, pero también de la oposición. Eran grupos desconocidos por los partidos políticos pero tolerados en un clima de polarización extrema.
Antes de que Fernando Andrés Sabag Montiel apuntara con su arma a la cabeza de la vicepresidente hubo otros que pusieron un escalón tras otro de odio y violencia. Fueron señales de alerta que ni en el Frente de Todos ni en Juntos por el Cambio tomaron en cuenta para encontrar dinámicas de confrontación que no desborden la convivencia.
Las escenas de políticos insultados cuando ingresaban del Congreso Nacional o de funcionarios que al salir o al ingresar a la Casa Rosada eran perseguidos por forajidos que les gritaban y amenazaban fueron tomados como tragos amargos a digerir sin quejarse. Esos escraches -una acción siempre y en todos los casos fascista, nazi- fueron los antecedentes que la política no puede volver a dejar pasar. La violencia nunca es el camino, en un recinto, en las redes sociales, ni en las calles.
Esos hechos fueron el anticipo de que algo no estaba funcionando bien. Más aún, de que algo se rompió y es urgente repararlo. En la marcha que está convocada para el mediodía, los distintos sectores del Frente de Todos tendrán la oportunidad de que el llamado a recuperar la paz social sea sin exclusiones.