Roxana busca explicaciones y no las encuentra. Habla y su voz se entrecorta. Vuelve a llorar y piensa que nunca habrá lágrimas suficientes. El lunes, en Arroyo Seco -35 kilómetros al sur de Rosario-, su hija de 13 años mató a cuchillazos al hermanito de 5.
Los primeros detalles que surgen del expediente señalan que la adolescente sufrió una “crisis impulsiva” vinculada con un posible trastorno en su salud mental. Es la única hipótesis de un crimen horroroso y absurdo.
“Jamás imaginé que mi hija podría hacer algo así. Busqué ayuda de todas las maneras. La llevé a psicólogos, psiquiatras, neurólogos”, cuenta la mamá, de 32 años. “Las consultas duraban 5 o 10 minutos. Así como íbamos, nos volvíamos. La hacían mirar para arriba y para abajo. Le pedían que levantara el pie. ‘Yo la veo normal’, me decían. Pero en mi casa yo veía cosas en ella que no eran normales”.
C. -se resguarda su identidad por ser menor- estaba en tratamiento, aunque no tomaba medicación. Todos los miércoles, Roxana la llevaba a una psicóloga del Hospital N° 50. Los pedidos de ayuda de la mamá ya tenían un historial: la mujer asegura que insistió cuatro meses por un turno para su hija en el gabinete psiquiátrico de Acción Social, y que se lo dieron recién cuando decidió hacer público el caso en los medios locales.
“Además del inmenso dolor que siento, me pregunto por qué los especialistas no pudieron hacer más. Esto se podría haber evitado. Me decían que no podían medicar a mi hija porque no veían nada extraño, pero para mí todo era extraño”, describe Roxana. Y sigue: “La revisaban dos minutos, nos volvíamos a casa y ella muchas veces tenía la mirada perdida. Le hablaba y no me contestaba. Se enojaba y no entendía por qué. Todo el año así”, describe Roxana.
“Me daba cuenta de que no podía ayudar a mi hija”
C. ya había sido noticia en Arroyo Seco el 16 de junio de este año, cuando se ausentó de su hogar y fue encontrada por la noche en una iglesia, luego de que la Guardia Urbana Municipal activara la búsqueda. Allí, una vez más, su mamá volvió a pedir ayuda.
Las docentes y preceptoras de la Escuela Comercial, donde asistía la adolescente, le comentaban a Roxana que su hija se distraía con facilidad. “Lo peor eran las veces que no quería entrar a clases. Entonces yo tenía que ir, acompañarla y convencerla. Ahí también notaba algo raro en ella, pero no sabía cómo manejarlo. Quería estar siempre a su lado, acompañarla todo el tiempo, pero me daba cuenta de que yo tampoco podía ayudarla”, relata.
La adolescente y su hermanito nunca se quedaban solos en casa. Si Roxana tenía que salir, el papá del nene -C. era fruto de una pareja anterior de la mujer- se encargaba de cuidarlos. El lunes pasado, sin embargo, esa rutina se vio interrumpida. El hombre fue convocado para su trabajo como inspector de tránsito y Roxana asistió a una clase: impulsada por el deseo de darles un futuro mejor a sus hijos, había decidido terminar el secundario en una escuela para adultos.
Ese día, por la tarde, C. y la víctima habían estado jugando. “Ella me sacó el teléfono y empezó a grabar videos con el hermanito. Estaba bien, tranquila. Eran las cinco y media de la tarde”, recuerda. A las 19.25, Roxana emprendió la caminata rumbo a la escuela. Al llegar, revisó el celular y leyó un mensaje de WhatsApp enviado por su hija minutos antes.
-Mamá, lo maté.
Roxana pensó que se trataba de una broma, pero esa percepción inicial no logró sortear su incomodidad. Y respondió.
-Hija, dale. No me gustan esas bromas.
C. volvió a escribir.
-Mamá, lo maté. Lo maté de verdad.
Roxana, entonces, la llamó. “Le pedí que no dijera pavadas, y me volvió a decir que lo había matado. Me lo repitió tantas veces que ahí imaginé que había pasado algo malo de verdad. Corté y le pedí a una compañera de curso que me llevara urgente”, detalla.
“Salí a la calle a pedir ayuda a los gritos”
La mujer llamó a su pareja y le rogó que fuera a la casa de María Garaghan al 1300, en el barrio Santa Rita. Ella llegó unos minutos antes que él.
“Mi hija no me quería abrir la puerta al principio. Cuando pude entrar, no puedo describir lo que vi”. Luego de una pausa que dura varios segundos, retoma: “Mi hijo tirado en el piso, boca abajo, lleno de sangre. Mi hija sentada en una silla a su lado, como si nada”.
Roxana se desesperó: “Empecé a gritarle ‘¡¿qué le hiciste a tu hermano?!’. No me contestaba. Agarré el cuchillo que estaba en el piso, lo alejé y salí a la calle a pedir ayuda a los gritos”. Ahí llegó el papá de la víctima. Al ver la escena, sufrió una crisis nerviosa y debió ser contenido por los primeros vecinos que llegaban al lugar.
Los peritos de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) que trabajaron en la escena del hecho corroboraron que el nene presentaba 11 puñaladas en la espalda y un corte profundo en el cuello.
C. fue trasladada al Hospital Provincial de Rosario, donde se encuentra internada bajo sedación. El Juzgado de Menores N°2, a cargo de Estanislao Surraco, ordenó que la adolescente sea tratada por los equipos interdisciplinarios de profesionales de la Dirección Provincial de Salud Mental y la Dirección de Promoción de los Derechos de la Niñez, Adolescencia y Familia. Es inimputable.
El caso está bajo investigación, aunque Roxana supone que otro de los posibles trastornos que afectaban a su hija es la posibilidad de que escuchara voces. “Ella últimamente me decía que tenía un amigo imaginario. Yo le respondía: ‘Dale, ya tenés 13 años. Estás grande para eso’. Y ella me insistía. Decía que hablaba con él y todo”, cuenta la mamá, y revela que la psicóloga que atendía a C. todos los miércoles “todavía no me llamó”.
“¿Sabés lo que le dijo mi hija a la psiquiatra que la recibió en el hospital después de lo que hizo? Le echó la culpa a su amigo imaginario. Decía que él siempre le pedía por favor que no lastimara a su hermanito, y que justo esa vez el amigo imaginario no estuvo para salvarlo”, detalla.
“No entiendo qué le pasó, por qué lo hizo. Por qué tanta violencia. Pido por favor que alguien la ayude. Que la internen, lo que sea. Yo ya no puedo. Te juro que no puedo”.