Que la Selección ganara el Mundial ha sido mucho más que el éxito de un grupo de jugadores de élite: se ha convertido en un acontecimiento para una sociedad empobrecida y sin horizonte. Ha sido una estrella redentora, aunque sabemos que se trata de una estrella fugaz. Ha logrado despertar un sentimiento identitario: la Argentina existe, está viva, tiene fe y es capaz de logros importantes a pesar del interminable récord de inflación y corrupción, de pobreza y piquetes.
Sin bandería política, ahora la bandera es la camiseta del 10 y el himno es otro: le habla a las ilusiones de los muchachos, los eternos muchachos protagonistas de las marchas populares. Es una ilusión: ganó un equipo, no la sociedad argentina, pero por unos días se vive de esta ilusión. Y esta alegría es compartida, es común, cambia el humor, descarga una energía colectiva capaz de mover montañas.
Construyó un lazo social, una comunidad cuya religión es el equipo de fútbol. Las camisetas fueron bandera, tal vez otra sorpresa colectiva: una forma espontánea de reconocer y celebrar que el fútbol es del país, pero que un país abarca mucho más que su fútbol. La masividad de los festejos mostró un espíritu ecuménico, no partidario. Esto debe haber resultado insoportable en el gobierno ¿Cómo colgarse del triunfo? A ver: que a alguien se le ocurra algo, rápido.
El micro de la Selección avanza lentamente entre los hinchas. Más de cuatro millones de personas salieron a las calles para festejar con los jugadores. Foto AP
Difícil: la política no consiguió colarse en la Selección. No pudo apropiarse de su triunfo porque la Selección expresó todo lo contrario a lo que la política viene expresando: adhesión y unidad en lugar de rechazo y confrontación. ¿Qué le quedaba al gobierno para colgarse una vez más del esfuerzo ajeno?: improvisar un feriado nacional.
Decidido el festejo por el presidente Fernández y firmado el decreto por todos los ministros para expresar una unanimidad que no la hay, La Cámpora quiso madrugar a su propio gobierno. El ministro De Pedro, precandidato a presidente de Cristina, corrió a Ezeiza con el fotógrafo de turno. Esperó en vano al pie del avión el abrazo triunfal con Messi. Los muchachos siguieron de largo por la alfombra roja, como si no supieran quién era. Papelón. Había arreglado un saludo de bienvenida con Santiago Carreras, uno de los jefes de La Cámpora, que venía con los jugadores y es gerente de marketing en YPF. Al final, el único que le dio un abrazo a De Pedro fue el Chiqui Tapia, que para eso está: es el que hace política en la AFA.
No sería único este esfuerzo oficialista por usar al fútbol ni el más importante. El Presidente, que siempre se da maña para hacer las cosas en el orden equivocado, mandó al ministro Aníbal Fernández a presionar a Tapia para que llevara a la Selección a Plaza de Mayo. La pretensión también era una foto y que los jugadores salieran solos al balcón de la Rosada. Temía que lo silbaran. Tapia hizo la gestión pero los jugadores se negaron.
Sin quererlo o queriendo, Cristina Kirchner quiso a su modo celebrar a Messi, pero devaluándolo: ahora sí es un ídolo, porque se maradoneó con ese “qué mirás bobo. Andá pa’allá”. Las “gracias infinitas, capitán” no disimulan el foul: Messi no necesitó nada de Maradona. Y Messi nunca ninguneó a Maradona. No ningunea. “Esta copa también es de Diego, que nos alentó desde el cielo”, posteó Messi apenas se despertó. Sabe de fútbol, es gente y empieza a saber también de política.
El balcón de la Casa Rosada, preparado para recibir a la Selección. Finalmente, pese a la presión del Gobierno, los jugadores no fueron. Foto Federico Imas
La fortuna ha bendecido a la Argentina con Messi como nos bendijo con Maradona. Son dioses gemelos del fútbol. Con Messi se agota el repertorio de cosas que pueden decirse de él: ha batido todos los récords en los 18 años que lleva en el primer mundo del fútbol. Algo tan extraordinario que parece normal. Pero hay otra discusión sobre valores, personalidad y el modo de liderar. También en cómo manejaron sus vidas. Messi no prepotea ni frecuenta el jet set farandulero ni se vuelve propagandista de dictadores como Maduro.
Ahora es otra cosa: Messi es el capitán campeón, al que no saben cómo avecinar al kirchnerismo. Superan el ridículo: la vocera Cerruti también quiso adularlo para adularse. “¿Quién dijo que ser viejo para algo depende de la cantidad de años?”, mensajeó. ¿Está el país de la pobreza para más feriados sobre feriados? La riqueza del fútbol es de otra naturaleza. Alguien tendría que avisarle a Fernández y al resto. Pero no.
Buscaron que la masividad del homenaje popular pareciera creada más que nada por el gobierno y su feriado. No en el sincero sentimiento de la gente, ajeno a esas especulaciones políticas. Tampoco en el sincero agradecimiento de los jugadores ante semejante homenaje también de tamaño mundial, que iban transmitiendo en vivo y en directo con los telefonitos, mientras el ómnibus avanzaba trabajosa pero resueltamente a paso de hombre.
¿Cómo podía seguir? Como empezó: a pura improvisación, motivada por el capricho-necesidad de Fernández de mostrarse por encima de la grieta interna con el saludo de los Muchachos Messi.
"Papu" Gómez, arriba de uno de los helicópteros en los que los jugadores sobrevolaron la Ciudad tras la interrupción de la caravana. Foto Instagram
La desorganización mostró que los únicos que hicieron las cosas bien fueron los jugadores y el cuerpo técnico. Cuando fue necesaria la acción coordinada y eficiente de las fuerzas que participaron del operativo (la Federal, la Metropolitana y la Bonaerense), como no podía ser de otra manera, fracasaron. Todo iba a marcha forzada pero espectacular, hasta que el ministro Fernández sin consultar a los otros dio la orden de dar la vuelta. Vio venir el peligro del descontrol. Tapia, que estaba en su tarde de gloria vio que se le aguaba la fiesta y hubo cruces fuertes.
Resultado: final de helicópteros con olor de internas; Tapia criticó a Fernández y elogió a Berni. Fue un alivio que la gente sólo tuviera necesidad y voluntad de festejar. Los millones de hinchas anclados por el Obelisco y vecindades, ajenos, imaginaban que los jugadores los miraban desde arriba y algún desconfiado mascullaba que, como iban las cosas, no había saludo posible en La Rosada simplemente por escasez de tiempo, excusa redonda como una pelota. Y, excusa para la excusa de parar, los hinchas que se tiraron de un puente para caer en el ómnibus, uno acertó, pero el otro le erró. La vida por el saludo: no pocos también mascullaron que Fernández, el día de helicópteros, subiría al presidencial y bajaría en Ezeiza. Pero no pasó. Estaba escrito el Mundial como estaba escrito darle al fútbol lo que es del fútbol y a los jugadores y a la gente, lo que es de ellos. Segundos, afuera.
Por Ricardo Roa