Todo sigue igual. La guerra fría continúa. Más allá de los gestos de empatía y defensa de su inocencia que ha tenido Axel Kicillof con Cristina Kirchner, la relación que los une está frizada, en pausa. Y, además, está deteriorada. Aunque en la política los vínculos son fluctuantes. Son las reglas del juego. No suele haber un quiebre del que no se pueda volver. Hay casos puntuales, pero son pocos.
No dejó lugar a suspicacias, ni a interpretaciones forzadas. Esa defensa también fue llevada adelante por su gabinete. No hubo grietas respecto a la inocencia de CFK. Lo que podría ser entendido como un gesto de acercamiento concreto a la ex mandataria, es solo una anéctoda más de la sorpresiva pelea que protagonizan la ex presidenta y el gobernador de Buenos Aires. La enemistad más inesperada del peronismo.
Hay una hipótesis kicillofista que está atada a la unidad política que conforman CFK y la organización de su hijo. En La Plata entienden que hay una decisión manifiesta del camporismo de generar una ruptura en la relación política y personal de Kicillof con la ex presidenta. “Dicen que Cristina está dolida. ¿Por qué? Esa afirmación no tiene asidero, no está basada en un hecho lógico”, sostienen cerca del Gobernador.
“Hay una decisión tomada, premeditada y trabajada de romper con Axel. Decidieron romper y ser oposición al gobierno de la provincia”. La sentencia la firmó un nombre propio que tiene la confianza del Gobernador. El mensaje a la organización de Máximo Kirchner es terminante y sin fisuras. Decidieron ser oposición interna. En La Plata respaldan esa afirmación con otra definición que explicita el conflicto: “Tenemos más problemas con los intendentes de La Cámpora que con los del PRO o la UCR”.
La factura que tienen guardada en el cajón tiene el nombre del intendente de Lanús, Julián Álvarez, que hace unos pocos días decidió inaugurar casas financiadas por el gobierno bonaerense y lo hizo sin la presencia de Kicillof. Según relatan en la Gobernación, el jefe comunal camporista fue claro con Romina Barrios, la Directora Ejecutiva del Organismo Provincial de Integración Social y Urbana, la responsable de las políticas de urbanización: “Voy a inaugurar las casas y no voy a recibir al Gobernador”.
En contraposición cuentan que Miguel Lunghi, el radical que gobierna Tandil desde 2003, está esperando para inaugurar una obra vinculada a la educación pública porque quiere que Kicillof esté presente. Lo resaltan como un gesto de coordialidad y sentido común. Una pequeña muestra de que para el kicillofismo los problemas están más adentro del peronismo que afuera. Una foto de la interna inagotable que afecta las bases del kirchnerismo y que no parece tener una resolución a la vista.
Las acusaciones cruzan de un lado para el otro sin reparos. Ya no existen restricciones autoimpuestas, como en otros tiempos donde contenían el discurso para evitar que la interna explote. El enojo provocó un desmadre de la situación de ambos lados que parece tener solo una puerta de salida: una nueva reunión cara a cara entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof. Sin intermediaros.
El 15 de octubre, a la tarde, en un departamento ubicado en el barrio porteño de San Telmo, el senador nacional Mariano Recalde, integrante de la mesa chica de Lá Cámpora y compañero de colegio del gobernador bonaerense, logró que la ex presidenta y Kicillof se sienten en una misma mesa para intentar limar asperezas.
Cristina Kirchner le pidió a su ex ministro de Economía que la apoye explícitamente en la disputa por la presidencia del PJ que estaba teniendo con Ricardo Quintela. Kicillof planteó que no podía tirar por la ventana a su par riojano y que tampoco podía pedirle que se baje, porque sino iba a quedar como que era su candidato para el partido. Y no lo era. Si no lo subió, tampoco tenía que bajarlo.
Un día antes Kicillof había encabezado un acto masivo en Berisso para celebrar el Día de la Lealtad. Y había dejado un mensaje que parte del peronismo lo entendió como un guiño a la ex jefa de Estado, menos La Cámpora:“Axel ese día intentó ponerse por encima de la interna, como si no le importara. Y es una mentira. Está metido y al tanto de todo. Está en la chiquita”, advirtió un kirchnerista duro, que entiende, como también asumen en La Plata, que es necesario que haya una reunión entre los dos para intentar frenar la confrontación de todos contra todos y aclarar las relaciones de poder hacia adelante. Sobre todo porque en seis meses la fuerza política tendrá que tener una estrategia electoral resuelta.
En el medio del fuego cruzado hay dirigentes del kirchnerismo, incluso del camporismo, que entienden que es necesario trabajar para que haya una tregua y se ordene la interna. Algunos entienden que Kicillof esté molesto por el tironeo permanente de La Cámpora en la gestión, pero creen que no tiene margen para victimizarse porque ocupa un cargo político y de poder que es muy relevante. “Se la tiene que bancar”, repiten en el mundo K. Son las condiciones con las que hay que convivir. Así lo interpretan.
En ambos lados del mostrador aseguran que el inicio del conflicto se remonta al 2019. En el kicillofismo sotienen que La Cámpora no jugó a fondo para la campaña de Kicillof. El mismo reclamo que se les hizo en el peronismo cuando fue la campaña de Daniel Scioli. Aunque la diferencia de kirchnerismo en sangre de los candidatos sea bien marcada. Son imcomparables y la realidad lo deja a la vista.
La crisis que existe en la relación de CFK y Kicillof es la punta de un iceberg enorme que empezó a formarse por lo menos cinco años atrás. No es solo el presente, el armado de listas y los sinsabores de la convivencia, sino también la dificultad de lograr acuerdos internos y los recelos del poder. Los egos, las presiones, las jugadas electorales, los enojos, las promesas incumplidas.