Apliquemos, con una dosis de libertad literaria, la teoría de conjuntos para entender a este gobierno. Y no lo vamos a entender.
Digamos que hay un conjunto X, al que llamamos el gobierno. El conjunto X está integrado por los funcionarios de este gobierno, desde luego.
Pero observamos que algunos funcionarios de X, de este gobierno, actúan como si no pertenecieran al mismo. Cristina Fernández critica al gobierno, es decir a sí misma, pero lo hace como si ella fuera (No X), un elemento que está fuera del conjunto que en rigor integra.
Alberto Fernández, que integra el mismo conjunto X, el gobierno, no lo integra en rigor, puesto que no habla con Cristina Fernández, y un gobierno con integrantes que no se hablan entre sí porque están peleados se descompone como conjunto. Es decir que el conjunto del gobierno es un conjunto que no se pertenece a sí mismo.
Es un conjunto que no es un conjunto. Los integrantes del conjunto que denominamos gobierno actúan atacando al gobierno que ellos mismos integran, es decir autodestruyéndose.
¿Y el elemento Sergio Massa de este gobierno a qué conjunto pertenece? Misterio.
Los conjuntos no tienen que estar integrados por jugadores idénticos entre sí. Tenemos el conjunto River y el conjunto Boca. Cada jugador de River no juega igual que sus compañeros, y viceversa, lo mismo ocurre con los de Boca. Pero forman dos equipos diferenciados. Ahora, si alguno de los River comienza a hacer goles en contra de River no entendemos nada, lo mismo ocurre si algunos jugadores de Boca comienzan a hacer goles en contra de Boca.
Se rompen las reglas del juego y no hay más fútbol.
Alerta: en la oposición se puede establecer el mismo criterio. El conjunto Y, que denominamos “La Oposición” tiene entre sus integrantes a algunas personas que actúan como si no integraran ese conjunto.
Patricia Bullrich y el cruce con amenaza a Felipe Miguel, hombre de Rodríguez Larreta..
Y, como si estuvieran en otra parte,y la vez se enfrentan entre sí.
¿Dónde están?
¿Dónde estamos?
Perdidos en la noche.
Es verdad, tras la noche viene el amanecer. Así es al menos en el eterno devenir del tiempo cósmico. En política es más complejo. La noche puede extenderse.
La paradoja de los conjuntos cuyos integrantes no conforman los conjuntos que ellos mismos integran se llama locura psicopolítica.
Hay movimientos sociales oficialistas, con referentes en la Casa Rosada, que se manifiestan ajenos a las políticas oficiales que ellos representan pero que dicen no representan a la vez. Aunque el dinero a raudales les llega a sus respectivas cajas.
Hay otro conjunto peculiar, el más amplio y complejo integrado por los votantes que no forman parte de la clase política.
Son, somos, todos aquellos que no sabemos ni podemos saber qué lógica mueve a los conjuntos que compiten políticamente hacia afuera y hacia adentro de sí mismos.
Hay entonces diversos universos dislocados internamente: el oficialismo, la oposición, los movimientos sociales oficialistas y los votantes independientes en general.
Y existe a la vez y muy profundamente un elemento perturbador de toda la situación que se distancia de toda lógica: las palabras vacías.
El conjunto de la política rompe la regla de los conjuntos tradicionales de la política; la de los partidos políticos.
Los partidos son hoy cohabitaciones conformadas por egos, sostenidos por intereses creados personales que demuelen los proyectos partidarios.
No hay partidos, no hay política en el sentido tradicional del término.
Hay individualismo tanto en el gobierno como en la oposición y los proyectos se diluyen en personalismos que rompen el orden histórico de la cosmogonía democrática.
¿Esto es una democracia o una confederación de egos con proyectos difusos y por lo tanto no resolutivos de los proyectos que requieren consensos, acuerdos y caminos posibles y sinceros hacia el futuro?
La transformación de los conjuntos partidarios en egomanías disuelve ideas y enfatiza la voluntad de poder. Eso confunde al universo o al conjunto de los votantes que son, somos al fin y al cabo, tan volátiles como los personalismos del poder que no anidan en proyectos y sí en egoísmos, que naufragan -cuando creen que están a salvo- en elocuentes narcisismos políticos.
El narcisismo político deviene en narcisismos sociales, o dicho de otro modo, en el viejo slogan de las grandes crisis: sálvese quien pueda.
¿Todos a los botes?
Es una posibilidad y además no hay botes para todos. De hecho la mitad de la población transita sin salvavidas por la pobreza que crece.
Hay otra posibilidad. Volver a los proyectos serios. Sin aspavientos, sin mentiras, con acuerdos racionales, argumentales y posibles.
O, como dice el Sombrerero Loco de Alicia en el país de las maravillas; “¿Sabes cuál es el problema de este mundo? Todos quieren una solución mágica a los problemas, pero todos rehúsan creer en la magia”.
No creemos ni siquiera en la magia en la que creemos.
Somos todos hermanos del Sombrero Loco.
Pero así no vamos a ninguna parte.
Por Miguel Wiñazki