Los pacientes de la comunidad terapéutica La razón de vivir, en la que trabajaba Marcelo “Teto” Medina, no se quieren ir a pesar de que la Sedronar asegurara que el lugar no tenía habilitación.
“Nos sacan como perros”, dijo un joven, mientras se retiraba del lugar con lo puesto y dos bolsas de ropa en la mano. “Me tengo que ir a mi casa”, agregó al tiempo que aseguró que allí “lo trataban bien”.
Más temprano, Gabriela Torres, titular de la Sedronar, había indicado que a raíz de los allanamientos a los establecimientos de La razón de vivir, se encontraban “evaluando a todos los pacientes y sus futuras derivaciones a otros espacios”.
Qué dicen los pacientes que se van de La razón de vivir
El joven que se retiraba con la ropa en la mano del centro terapéutico dijo que se iba “por decisión propia”, aunque aclaró que no le habían dado otra alternativa.
También cuestionó por qué no iban a “reventar transas”. “En vez de ayudarnos, vienen acá donde los pibes se están salvando la vida”, dijo el joven visiblemente indignado. Junto a él, otros se iban del lugar resignados.
Qué dicen las denuncias de expacientes de La razón de vivir
Las denuncias de expacientes que estuvieron internados en los establecimientos de La razón de vivir hablan de situaciones de aprovechamiento de la vulnerabilidad de las personas.
Fuentes relacionadas a la investigación indicaron que con la promesa falsa de un tratamiento con internación para la adicción a los estupefacientes, los hicieron ingresar a los lugares mencionados, mientras sus familias abonaban una suma de dinero mensual para costear el supuesto tratamiento.
No obstante, las víctimas no recibían ninguna prestación, sino que debían autogestionarse todos los servicios e insumos, como mendigar leña para la calefacción y para cocinar, fabricar muebles para su propio uso, mendigar dinero y ayuda económica en la vía pública o iglesias.
También debían cocinarse los escasos alimentos de baja calidad que les proveían y los utensilios defectuosos y reparar y mantener las instalaciones sin un pago a cambio y por fuera de las habilidades técnicas e idoneidad necesarias para ello.
Asimismo, “obligaban a las víctimas a preparar y cocinar alimentos de buena calidad nutricional y en buen estado para los integrantes de la asociación ilicita, que luego las víctimas tenían prohibido comer; en ocasiones debían dormir en el suelo o a la intemperie, expuestos a roedores; limitaban su libertad ambulatoria al máximo y los capturaban nuevamente cuando huían del lugar sin autorización; los privaban de atención médica básica y de los medicamentos que tenían prescriptos por médico autorizado y les prohibían dormir durante noches enteras para hacer guardias en el lugar”.
Uno de los testimonios indica que hay una víctima que tiene HIV y lo hacían construir contrapisos, revocar y colocar cerámica. También lo hacían hacer prepizzas y salir a venderlas sin ningún tipo de salario. La organización le negó asistencia médica y medicamentos, al tiempo que Zelaya, el organizador del centro terapéutico, le decía a dicho paciente que no necesitaba esos medicamentos y que “sea fuerte”.