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Pasaron 68 años separadas y se encontraron: “Hija, te robaron de mis manos”

Patricia Schoo Obligado afirmó que se había enterado de que era hija de una mucama abusada por los hijos de sus patrones pero que nunca había logrado encontrarla.

Pasaron 68 años separadas y se encontraron: “Hija, te robaron de mis manos”

Es viernes santo, las 9.30 de una mañana plateada, vacía y fresca. Es la hora pero Patricia no aparece: no está en línea, no pide entrar al Zoom. “Hola”, dice 15 minutos después, y no inventa excusas ni se disculpa: sólo se estaba haciendo un café. Está por empezar a contar públicamente su vida por primera vez -una historia de lujos, mucamas, choferes, maltratos, putas y mentiras-, y en su tono monocorde se nota que no espera nada de la nota: tiene casi 70 años, a esta altura de la vida, esperanza ya no tiene.

“Mi vieja se enteró a los 40 que su mamá no la había parido sino que la había comprado en Corrientes a una pobre mujer que fue abusada por su patrón. Ayer me dijo que recién ahora se daba cuenta de quién era esa mujer que lloraba tanto el día de su casamiento”.

En pocas horas el tuit había alcanzado los 85.200 likes, más de 2.500 personas lo habían compartido, otras 200 lamentaban lo que le había pasado, y otras tantas querían saber más. ¿Quién era esa “pobre mujer” que había sido abusada por el hijo de su patrón? ¿le habían robado a su hija, la pobreza la había empujado a venderla o la habían obligado a entregarla? ¿había alguna chance de que estuviera viva?

Patricia, entonces, revolvió el café, se acomodó en el sillón de su departamento, en Caballito, y arrancó. La historia que estaba por contar -lo sabía ese día y lo sabe mucho más ahora- tenía la carga dramática de las novelas que se devoran compulsivamente pero su falta de entusiasmo tenía una explicación: no es lo mismo leer cómodamente sobre la vida de película de otro que haber sido la protagonista.

Durante la hora y media que siguió, Patricia contó, con detalles, todo lo que sabía. Primero, que se había criado entre tres casas, algo que siempre le había resultado extraño. “¿Qué chico se cría en tres casas?”, se preguntó. De lunes a viernes vivía en Martínez con una familia a la que llamaba “tíos”: en su recuerdo hay una casa con jardín, primos para jugar, perros, gatos y bicicleta.

Todos los fines de semana, sin embargo, en la puerta de esa casa chorizo estacionaba un auto de alta gama y bajaba un chofer. Adentro del auto esperaba la mamá de Patricia: una mujer morocha, alta, refinada y elegante llamada Morena.

Con Morena, que solía llegar envuelta en pieles, Patricia vivía una “vida de ricos”. Tenía una habitación propia en un departamento de Recoleta, un placard con ropa fina, viajaba a Punta del Este, a Brasil, siempre a lugares con mucamas. “Señorita Patricia Schoo Obligado, su chofer la está esperando”, escuchaba por parlante cada vez que iban a retirarla del exclusivo Club Hípico: la frase la hacía encoger de vergüenza.

Se crió en tres casas, pero nunca preguntó por qué (Nicolás Stulberg)
Se crió en tres casas, pero nunca preguntó por qué (Nicolás Stulberg)
Había una tercera casa a la que Morena la llevaba todos los domingos a tomar el té: “La casa de La mami”. “Me decía que era una familia amiga de ella, nada más. Yo era una nena, nunca pregunté nada”.

Fue una misma coreografía semanal que duró años, aunque siempre atravesada por la distancia: “Si se cruzaba con alguien por la calle, Morena decía ‘acá estoy, con mi chica. Nunca decía ‘con mi hija’”. Cuando Patricia llegó a la adolescencia el desprecio de Morena se volvió indisimulable.

“Me decía que era una inútil, que en el futuro iba a servir solo para lavar cabezas o platos”, contó Patricia ese viernes. “Yo siempre pensaba: qué raro que mi mamá me trate así”. Con el tiempo, Morena pasó del rechazo a sus rasgos físicos -la obligó a operarse la nariz, por ejemplo-, a pegarle, a llamarla “puta”, cuando llegaba a deshora, a sacarle el dinero que ganaba en su trabajo.


Patricia, entonces, buscó la libertad. A los 18 años dejó atrás los lujos y se fue a vivir a una pensión, y a los 22 se casó con Jorge, el hombre que, a pesar de haber muerto, todavía le llena de resplandor los ojos. Fue en esa boda que sucedió aquello que la hija de ambos contó en el tuit: una mujer a la que nadie conocía lloraba, sin consuelo, en el interior de la iglesia del Socorro, en Retiro.

Una verdad a medias

Patricia tenía 40 años y creyó que lo peor ya era parte de un pasado gris. Ahora tenía un marido amado, su casa, sus hijas y ya casi no veía a Morena. Fue ahí, en la aparente calma, que empezó a tener ataques de pánico: la duda, que había crecido durante décadas, ya no le cabía en el cuerpo.

Así, preguntando por primera vez, se enteró de la verdad, o al menos de una parte.


Morena era una mujer soltera que un día le había hecho saber a su secretaria que quería tener una hija. La secretaria había llevado el chisme al barrio y así se había enterado una vecina. Lo que dijo la vecina mientras colgaban la ropa en el fondo compartido de las casas había cambiado la historia de todos: “Mi marido conoce a una familia en Corrientes que quiere regalar a una nena”.

Así le hicieron el nexo a Morena, que viajó con su mucama y su chofer a retirar a la beba. “Allá se encontró con una familia que tenía campos y tenía de mucama a una chica menudita y jovencita. Bueno, el hijo de los patrones la había dejado embarazada dos veces. Primero habían tenido un varón, Enrique, y se lo habían quedado porque les servía para trabajar en el campo. Ahora la chica había tenido una nena. La patrona, una mujer muy sargentona, era la que mandaba en la familia: ella había dado la orden de regalarla”, contó Patricia.

"Creo que es imposible que esté viva", dijo en la entrevista (Nicolás Stulberg)

—O sea que tu mamá no era Morena sino esa mucama—, entendí ese viernes santo.

—Claro. Igual ya pasó tanto tiempo…Creo que es imposible que esté viva, debería tener como 84 años—, siguió Patricia.

—¿Sabés el nombre, el apellido, algo?

—Díaz, pero Díaz es muy común en Corrientes—, respondió, en estado de desánimo total.

Patricia conocía el nombre y el apellido de esa mujer desde 1995, cuando se enteró de su existencia. Sabía que le decían “Nati”, pero se llamaba Natividad Díaz. Con ayuda de su marido y de sus hijas la habían buscado de todas las formas posibles. “Y nada, nunca jamás llegamos a nada”, cuenta, al teléfono su hija.

Una botella tirada al mar

El mismo sábado 23 de abril en que se publicó la historia de Patricia, llegaron decenas de mails. “Hola, tengo acceso a la base de datos del Pami, puedo buscarla y saber al menos si está viva”; “hola, encontré 6 Natividad Díaz, me fijé en los documentos, fijate ésta, debe tener la edad de Nati”; “hola, soy de Corrientes, si tienen algún dato más puedo salir a buscarla”.

 


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