La Puna salteña, áspera y majestuosa, guarda historias que se elevan tan alto como su geografía. A 4.080 metros sobre el nivel del mar, en la inmensidad de Abra Blanca, un gesto sencillo pero profundo acaba de anclar un nuevo símbolo en el paisaje: la "Cruz de la Vida", un homenaje al Papa Francisco que busca sembrar esperanza en esas tierras milenarias.
Fue la familia Vacazur, de larga tradición en la región, quien, junto a un grupo de amigos, impulsó este emotivo acto que se desarrolló ayer bajo el cielo limpio y cortante de la altura. La cruz metálica, de casi cinco metros de altura, fue colocada a un costado de la ruta nacional 51, en plena “Ruta del Litio”, como signo de fe y agradecimiento al Santo Padre, que desde Roma supo transmitir mensajes de paz, cuidado de la creación y compromiso con los más humildes.
“La cruz no representa solo la muerte, sino el comienzo de una nueva vida, inspirada en el testimonio y el legado de Francisco”, explicó el religioso Francisco “Pancho” Vacazur, quien ofició una breve ceremonia de bendición ante los presentes. Allí, entre plegarias y abrazos, se rezó por la unidad de la patria, por los trabajadores de la Puna, por los mineros y por todos los que, generación tras generación, transitan y sostienen la vida en esa geografía extrema.
Junto a la familia Vacazur, participaron del gesto “Pancita” Aramayo y su esposa, Ezequiel Ovando, “Chamito” Martínez, “Lolo” Morales, Néstor Alberto, Darío Siquila y Liliana Salva. Unidos en la acción, llevaron adelante esta obra con el deseo de que la "Cruz de la Vida" sea no solo un homenaje, sino también un faro para quienes atraviesen esos parajes solitarios: un recordatorio del valor de la fe, la solidaridad y el respeto por la naturaleza.
“La instalación en un lugar tan desafiante como Abra Blanca también reafirma nuestro compromiso con el cuidado de la Casa Común”, señalaron los impulsores, evocando uno de los ejes centrales de la encíclica Laudato Si' del Papa Francisco, que llama a proteger el medioambiente y a trabajar por una economía más justa e inclusiva.

La cruz ya forma parte del paisaje, recortándose en el horizonte entre los picos y las salinas, como una promesa silenciosa que une a quienes creen que, aún en los lugares más recónditos, la fe puede echar raíces y florecer.
En cada ráfaga del viento puneño que acaricia la cruz, en cada peregrino que pase por allí, quedará viva la memoria de este gesto: un canto a la vida, a la esperanza y a la gratitud hacia un Papa que, a miles de kilómetros, sigue siendo faro para los corazones de la Puna salteña.

Fuente El Tribuno