Yael y María Belén viven en distintos pueblos. Se conocieron en la facultad, haciendo el profesorado de educación inicial y no solo las une la vocación por enseñar, sino también el sacrificio que ambas hacen para seguir estudiando.
Estas jóvenes de 25 y 26 años viven en una casilla rodante de 3x2 metros que les prestó un familiar. La ubicaron en un galpón y pagan por el lugar un alquiler mínimo gracias a la mano generosa de un hombre que les permite vivir allí.
De esta manera abarataron costos, ya que si tuvieran que trasladarse hasta Venado Tuerto, Santa Fe, para hacer las prácticas deberían recorrer casi 100 kilómetros por día entre ida y vuelta. Ahora están en segundo año de la carrera.
Antes de mudarse, Yael vivía junto a su marido en Maggiolo en Santa Fe y María Belén en Arias, Córdoba, con su pareja. No solo dejaron a sus familias, también sus trabajos.
Para hacer las prácticas en los jardines de infantes Yael y María Belén hicieron malabares y gastaron mucha plata. La distancia entre Maggiolo y Venado Tuerto es de 35 kilómetros. Y de Arias a la localidad santafesina, 50. Este trayecto recorrían a diario hasta que se instalaron en la casilla rodante.
“Veníamos en colectivo, en combi o en algún auto particular. En mi caso, me cobraron $12.000 por semana para traerme desde Arias hasta Venado Tuerto. En mi pueblo trabajaba en una perfumería y lo que ganaba me alcanzaba apenas para pagar el viaje”, detalló María Belén.
Por eso, ambas decidieron que lo mejor era instalarse en Venado Tuerto, pero los alquileres estaban lejos de su alcance. La solución llegó cuando un familiar les prestó la casilla rodante donde viven actualmente.
Cómo es vivir en una casilla rodante de 3x2 metros: “Por suerte no estamos a la intemperie”
La casilla tiene una cocina con una sola hornalla y duermen en camas cucheta. El baño es tan chico que no hay lugar para bañarse, entonces usan un cuartito que hay en el galpón para higienizarse. “Cuando nos lavamos la cabeza, una le tira el agua a la otra. Y para bañarnos usamos fuentones”, contó Yael.
El gas lo sacan de una garrafa y como tienen luz usan una pava eléctrica para calentar el agua para el mate, compañero inseparable de madrugadas de estudio y trabajos prácticos.
“La verdad es que nos llevamos muy bien. Logramos convivir en un espacio tan chico que no es fácil. Las dos sabemos que es lo único que tenemos para poder estudiar. Por suerte nos alquilan un galpón y no estamos a la intemperie”, se sinceró María Belén.
Remarcaron que las ayudaría mucho recibir una beca para seguir con sus estudios. Mientras tanto, recorren en bicicleta las 18 cuadras que separan su casita de la escuela donde hacen las prácticas.