Imaginemos que, cuando tu primogénita cumple 10 años, un multimillonario al que no conoces la selecciona para que forme parte del primer asentamiento humano en Marte. Su rendimiento académico - además del análisis de su genoma, para el que no recuerdas haber dado tu consentimiento— le aseguraba una plaza. Sin que tú lo supieras, se había inscrito ella misma en la misión porque le encanta el espacio exterior y, además, todos amigos también lo han hecho. Te ruega que la dejes ir.
Antes de decir que no, accedes a saber más. Averiguas que la razón por la que están reclutando a niños es que ellos se adaptan mejor que los adultos a las atípicas condiciones de Marte, sobre todo a la baja gravedad. Si los niños pasan la pubertad y dan el correspondiente estirón en Marte, sus cuerpos se adaptarán para siempre, a diferencia de los colonos que lleguen ya adultos. Al menos ésa es la teoría. No se sabe si los niños adaptados a Marte podrían volver a la Tierra.
Descubres otras razones por las que preocuparte. En primer lugar, está la radiación. La flora y la fauna de la Tierra evolucionaron bajo el escudo protector de la magnetósfera, que desvía o impide el paso de la mayor parte del viento solar, los rayos cósmicos y otras corrientes de partículas nocivas que bombardean nuestro planeta. Marte no tiene ese escudo, por lo que una cantidad de iones mucho mayor atravesaría el ADN de cada célula del cuerpo de tu hija. Los planificadores del proyecto han construido escudos protectores para el asentamiento de Marte basándose en los estudios con los astronautas adultos, que tienen un riesgo ligeramente elevado de padecer cáncer tras pasar un año en el espacio. Pero los niños corren un riesgo aún mayor, porque sus células están experimentado un proceso de desarrollo y diferenciación más rápido, y sus tasas de lesiones celulares serían más altas. ¿Tuvieron esto en cuenta los planificadores? ¿Han investigado siquiera acerca de la seguridad de los niños? Que tú sepas, no.
Y luego está la gravedad. A lo largo de eones, la evolución optimizó la estructura de cada ser vivo para la fuerza gravitatoria de nuestro planeta en concreto. Desde el nacimiento en adelante, los huesos, las articulaciones, los músculos y el sistema cardiovascular de cada criatura se desarrollan conforme a la inmutable atracción unidireccional de la gravedad. La ausencia de esa atracción constante afecta gravemente a nuestro cuerpo. Los músculos de los astronautas adultos que han pasado meses en la ingravidez del espacio se debilitan, y sus huesos pierden densidad. Sus fluidos corporales se acumulan donde no deberían, como la cavidad craneal, por lo que ejercen presión sobre los globos oculares y hacen que cambien de forma. Marte tiene gravedad, pero es sólo el 38 por ciento de la que experimentaría un niño en la Tierra. Los niños que han crecido en el entorno de Marte, con su baja gravedad, correrían un alto riesgo de sufrir deformidades en el esqueleto, el corazón, los ojos y el cerebro. ¿Tuvieron en cuenta los planificadores esta vulnerabilidad de los niños? Que tú sepas, no.
Por supuesto que no. Te das cuenta de que enviar a los niños a Marte es una idea completamente descabellada, y que quizá nunca regresen a la Tierra. ¿Por qué lo permitiría cualquier padre? La empresa que está detrás del proyecto tiene prisa para instalarse en Marte antes que cualquier otra empresa de la competencia. No parece que sus directivos sepan algo sobre desarrollo infantil, ni que les preocupe la segu- ridad de los niños. Peor aún: la empresa no exigió ninguna prueba del permiso de los padres. Siempre y cuando la niña haya marcado la casilla que indica que lo ha obtenido, puede despegar hacia Marte. Ninguna empresa podría llevarse jamás a nuestros hijos y ponerlosen peligro sin nuestro consentimiento, o se enfrentaría a unas enormes consecuencias legales. ¿Verdad?
Al llegar el nuevo milenio, las empresas tecnológicas de la Costa Oeste de Estados Unidos crearon un conjunto de productos que cambiaron el mundo aprovechando el rápido crecimiento de internet. Había un tecno-optimismo muy extendido: estos productos hacían la vida más fácil, más divertida y productiva. Algunas de ellas ayudaban a las personas a establecer contacto y comunicarse, por lo que parecía probable que fueran una bendición para el creciente número de democracias emergentes. Poco después de la caída del Telón de Acero, parecía el amanecer de una nueva era. Los fundadores de estas empresas fueron aclamados como héroes, genios y benefactores mundiales que, como Prometeo, traían regalos de los dioses a la humanidad.
Pero la industria tecnológica no sólo estaba transformando la vida de los adultos. También empezó a transformar la vida de los niños. Los niños y los jóvenes llevaban desde la década de 1950 viendo mucha televisión, pero las nuevas tecnologías eran mucho más portátiles, personalizadas y atractivas que todo lo anterior. Los padres descubrieron esta realidad muy pronto, como hice yo en 2008, cuando mi hijo de 2 años dominaba la interfaz táctil y deslizable de mi primer iPhone. Muchos padres se sintieron aliviados al descubrir que un smartphone o una tablet podían mantener a los niños felizmente entretenidos y tranquilos durante horas. ¿Era esto seguro? Nadie lo sabía, pero como todo el mundo lo hacía, se pensó que no debía de pasar nada por hacerlo.
Por supuesto que no. Te das cuenta de que enviar a los niños a Marte es una idea completamente descabellada, y que quizá nunca regresen a la Tierra. ¿Por qué lo permitiría cualquier padre? La empresa que está detrás del proyecto tiene prisa para instalarse en Marte antes que cualquier otra empresa de la competencia. No parece que sus directivos sepan algo sobre desarrollo infantil, ni que les preocupe la segu- ridad de los niños. Peor aún: la empresa no exigió ninguna prueba del permiso de los padres. Siempre y cuando la niña haya marcado la casilla que indica que lo ha obtenido, puede despegar hacia Marte. Ninguna empresa podría llevarse jamás a nuestros hijos y ponerlosen peligro sin nuestro consentimiento, o se enfrentaría a unas enormes consecuencias legales. ¿Verdad?
Al llegar el nuevo milenio, las empresas tecnológicas de la Costa Oeste de Estados Unidos crearon un conjunto de productos que cambiaron el mundo aprovechando el rápido crecimiento de internet. Había un tecno-optimismo muy extendido: estos productos hacían la vida más fácil, más divertida y productiva. Algunas de ellas ayudaban a las personas a establecer contacto y comunicarse, por lo que parecía probable que fueran una bendición para el creciente número de democracias emergentes. Poco después de la caída del Telón de Acero, parecía el amanecer de una nueva era. Los fundadores de estas empresas fueron aclamados como héroes, genios y benefactores mundiales que, como Prometeo, traían regalos de los dioses a la humanidad.
Pero la industria tecnológica no sólo estaba transformando la vida de los adultos. También empezó a transformar la vida de los niños. Los niños y los jóvenes llevaban desde la década de 1950 viendo mucha televisión, pero las nuevas tecnologías eran mucho más portátiles, personalizadas y atractivas que todo lo anterior. Los padres descubrieron esta realidad muy pronto, como hice yo en 2008, cuando mi hijo de 2 años dominaba la interfaz táctil y deslizable de mi primer iPhone. Muchos padres se sintieron aliviados al descubrir que un smartphone o una tablet podían mantener a los niños felizmente entretenidos y tranquilos durante horas. ¿Era esto seguro? Nadie lo sabía, pero como todo el mundo lo hacía, se pensó que no debía de pasar nada por hacerlo.
Sin embargo, las empresas habían investigado poco o nada sobre cómo afectan sus productos a la salud mental de los niños y los jóvenes, y no compartieron ningún dato con los investigadores que estudiaban los efectos para la salud. Ante los crecientes indicios de que sus productos estaban perjudicando a los jóvenes, se dedicaron sobre todo a negarlo, a lanzar cortinas de humo y a las campañas de relaciones públicas. Las empresas que se afanan por maximizar el “engagement” -el vínculo emocional de sus usuarios con el producto- recurriendo a trucos psicológicos para que los jóvenes no paren de cliquear son las más culpables. Engancharon a los niños durante etapas vulnerables de su desarrollo, cuando su cerebro estaba reconfigurándose rápidamente ante los estímulos de su entorno. Estas empresas fueron las de las redes sociales, que infligieron el mayor daño a las niñas, y las de videojuegos y webs de pornografía, que hundieron más sus garras en los niños. Al diseñar una manguera de contenido adictivo que les entraba a los chicos por los ojos y los oídos, y al desplazar el juego físico y la socialización en persona, estas empresas han reconfigurado la infancia y cambiado el desarrollo humano a una escala casi inimaginable. El período más intenso de esta reconfiguración tuvo lugar entre 2010 y 2015, aunque la historia que voy a contar empieza con el auge del temor y la sobreprotección en la educación de los hijos en la década de 1980 y continúa a través de la pandemia de la COVID-19 hasta el momento actual.
¿Qué límites legales hemos impuesto hasta ahora a estas empresas tecnológicas? En Estados Unidos, que acabó estableciendo las normas para la mayoría de los demás países, la principal prohibición es la Ley de Protección de la Privacidad en Línea para Niños (COPPA, por sus siglas en inglés), promulgada en 1998. Obliga a los menores de 13 años a obtener el consentimiento de los padres antes de poder firmar un contrato con una empresa (las condiciones del servicio) para ceder sus datos y algunos de sus derechos al abrir una cuenta. Eso estableció, a todos los efectos, la “mayoría de edad internáutica” en los 13 años, por razones que poco tienen que ver con la seguridad o la salud mental de los niños. Pero la letra de la ley no obliga a las empresas a verificar la edad; siempre y cuando el niño o la niña marque la casilla que indica que tiene la edad suficiente (o ponga la fecha de nacimiento falsa que corresponda), puede entrar en casi cualquier sitio de internet sin el conocimiento o consentimiento de sus padres. De hecho, el 40 por ciento de los niños estadounidenses menores de 13 años han abierto una cuenta en Instagram, y, sin embargo, no ha habido ninguna actualización de las leyes federales desde 1998 (Reino Unido, por su parte, ha dado algunos pasos iniciales, al igual que algunos estados en Estados Unidos).