La casa guarda un pasaje entre la entrada y el comedor. Se podría decir que funciona como una cápsula de recuerdos, una máquina del tiempo que teletransporta directamente hacia el pasado. Del otro lado del cortinado blanco de la sala está Mario, y con él, está Malvinas.
Además de ser ex combatiente, Mario es marido, es padre y es abuelo. Sus nietos corren y juegan por los pasillos de su casa y, entre ellos, Agustín se divierte. Agustín, el nene de 6 años que antes de empezar primer grado se dio cuenta de que su guardapolvo estaba incompleto: que le faltaba la figura de las Islas Malvinas bordada en su pecho. Su historia tuvo una gran repercusión en las redes: el pedido de Agustín y la sorpresa que le dieron su abuelo y un grupo de veteranos, que lo acompañaron en su primer día de clases.
“Mi señora mandó a bordar las Malvinas en todo lo que tiene, todos los chicos de la casa lo tienen. Pero el sábado antes de empezar le probaron el delantal al nene a ver cómo le iba y se sentía incompleto. El bordador nuestro cambió de bordadora, y entonces Vanesa salió a buscar uno por Internet", dice Mario mientras se prepara el mate y lo comparte con Mónica, su esposa.
"Es bastante especial y loco lo que ocurrió. Dentro de nuestras amistades, la mayoría son veteranos de guerra, y sus familias y todas las abuelas, como en mi caso, bordamos y hacemos que la imagen de las islas repercuta en nuestros nietos", comenta Mónica.
Y añade: "Lo hicimos con nuestros hijos, por ahí es diferente la relación que tuvieron los veteranos con sus hijos y la que tienen ahora, a esta edad, con sus nietos. Hay muchos Agustines en el país y nosotros que lo recorremos mucho lo sabemos. Es la semilla que uno sembró, que no es de hoy".
Mario sonríe por un recuerdo que acaba de atravesar su mente: "El día anterior al inicio de clases, los veteranos me avisaron que iban a estar. Yo les dije ‘Miren que no se puede entrar’ y ellos respondieron ‘No importa, le hacemos un cordón en la vereda’. Como se empezó a juntar gente, la directora nos invita a entrar. Y cuando vio que más gente nos saludaba, nos agradecía, nos abrazaba, ella nos invitó a ser escoltas de la bandera".
"Los veteranos se quedaron admirados de cómo canta el himno Agustín. Él lo canta como si fuera algo de él. Es de Agustín. Yo creo que él no tiene noción de todo esto, los veteranos lo acompañaron en su primer día, se tomaron una foto y él ahora no tiene noción de lo que significa eso", cuenta Mónica.
Mario y Mónica tienen a las Malvinas en las paredes de su casa. Y también en los ojos, en las voces, en las sonrisas que se les dibujan cuando hablan de la familia que formaron juntos y de la importancia de mantener la llama del recuerdo encendida en Agustín.
Mario Giraldez y su historia en Malvinas
Antes de 1982, Mario era un chico de barrio que con 19 años ayudaba a su madre y vivía su historia de amor con Mónica, su novia, la que se enamoró de él por su sonrisa y "su mirada limpia, de ojos marrones claros". Después de 1982, Mario fue el mismo, pero también fue otro. Otro que no era al que Mónica había despedido.
"Cuando me dijeron que iba a ir a Malvinas, yo no tenía ningún referente de guerra. Teníamos un sargento primero que había estado en el monte de Tucumán, y eso para nosotros era lo más cercano a la guerra", recuerda Mario.
Luego, hace una pausa y retoma: "Le preguntamos qué se sentía y él nos decía ‘Hay varias cosas cosas que te pueden suceder: o te pegás un tiro del terror, o te evacuan, o te volvés un sanguinario, o no te pasa nada’. Nos preguntó ‘¿Ustedes tienen familia? Lo mejor que pueden hacer es despedirse’. Y yo me despedí de mi madre, de Mónica, y eso me alivió, no tenía nada para perder".
Mónica interviene para comentar la existencia de una carta de despedida que Mario dejó para ella antes de irse a combatir. Le pide que rehaga su vida en caso de no volver. "Yo recibí la carta y a mí no me importó nada. Yo siempre creí que iba a volver, tenía miedo, pero siempre creí", agrega Mónica.
Mario no recuerda gran parte de su estadía en Malvinas, ni siquiera el día en que cumplió 20 años en las islas. Sin embargo, no se olvida de los rostros de algunos compañeros que combatieron junto a él.
"Compañeros directos perdimos once. Lo que es el sentimiento de culpa, yo tengo un compañero que aún vive. Recuerdo que veníamos entre tres, casi sin dirección, sentimos el sonido de la bomba, hicimos cuerpo a tierra, y solo nos levantamos dos, el del medio no se levantó", relata.
"Nos damos vuelta y estaba agarrándose el brazo, le sacamos el correaje, el fusil. Lo levantamos y lo llevamos hasta el puesto de socorro y lo dejamos ahí. Él perdió el brazo. Yo me lo he encontrado después de Malvinas, 15 años después, y lo esquivaba. Lo saludaba de lejos y me iba para otro lado. Era mi sentimiento de culpa de que yo estaba sano, tenía todo. Y él, que había estado al lado mío, una esquirla le había volado el brazo", rememora Mario.
Luego, comenta: "Yo voy a las olimpíadas de veteranos, participo casi siempre, y en un momento estaba riendo con los demás, me doy vuelta y lo encuentro a él: ya no había forma de escaparse. Ahí le dije cuál era mi sentimiento, él me dijo: ‘Esto le podría haber tocado a cualquiera de los que estábamos ahí, me tocó a mí, pero no por eso vas a sentir culpa’".