MÁS DE VIRALES



Criogenia

La primera argentina congelada tras morir: podría reposar cientos de años

Beatriz Billone decidió criopreservarse después de fallecer en 2018, una práctica cuestionada por la comunidad científica a la que accedieron otras 400 personas en el mundo.

María Entraigues-Abramson junto a su madre, Beatriz Billone, la primera argentina en ser criopreservada
María Entraigues-Abramson junto a su madre, Beatriz Billone, la primera argentina en ser criopreservada

Beatriz Billone murió el 9 de septiembre de 2018 con 78 años. Pocos minutos después se convertiría, por decisión propia, en la primera argentina -y hasta ahora única- en ser criopreservada. Desde entonces, en los cinco años y medio que transcurrieron, su cerebro fue objeto de una investigación que está a punto de culminar y al cabo de un mes irá a reposar en un laboratorio estadounidense por tiempo indefinido, quizás por siglos, con la ilusión de que surja una tecnología con la suficiente potencia para reanimarla.

Billone dedicó gran parte de su vida a la educación, fundando 19 escuelas en el Gran Buenos Aires. Ella tomó conocimiento de la criopreservación, siempre observada con desdén por gran parte de la comunidad científica, de boca de su hija, María Entraigues-Abramson, quien reside en Estados Unidos desde 1992.

María pasó de ser una aficionada en la materia a convertirse en una suerte de embajadora de Alcor, el laboratorio más grande dedicado a la criopreservación de humanos. Hoy, a su vez, es directora de divulgación y desarrollo de SENS Research Foundation, una organización radicada en Silicon Valley que busca curar la vejez a través de medicina regenerativa y biotecnología.

Cuando su madre atravesaba sus últimos días, producto de una sepsis, María decidió regresar a Buenos Aires para liderar su ciopreservación, para intentar extirpar y congelar su cerebro. Al ser una práctica sin antecedentes en el país, María nunca mencionó que era para criónica. Lo trataba como una donación a la ciencia y, gracias a esa maniobra, pudo avanzar con el procedimiento. Aunque, claro, no fue un procedimiento convencional.

“Me pareció que la investigación que ahora está por terminar era un ejemplo perfecto porque lo que aporta el cerebro de mamá es qué efectos tiene hacer una preservación en un lugar con bajos recursos y dificultades. Si se hace en Estados Unidos, de la mano de un laboratorio, es tan solo una microcirugía y tenés a disposición todos los químicos necesarios. Yo tuve que improvisar con ayuda de especialistas pero con muchas barreras en el medio”, dijo Entraigues-Abramson.

María define a la criopreservación del cerebro de su madre como “un milagro” por las dificultades que debió atravesar: hacer un primer congelamiento para detener el deterioro celular, conseguir un cirujano que extrajera el cerebro, disponer de los elementos y químicos necesarios para conservarlo en frío.

Para el procedimiento contó con la colaboración de un grupo de “autoayuda” que se había formado unos años antes junto a un grupo de entusiastas, con Rodolfo Goya, un científico especializado en el tema, a la cabeza. A su vez, un médico de su confianza, el doctor Néstor Balmaceda, se postuló para hacer la extracción del cerebro.

Una vez que su madre falleció en la mañana del 9 de septiembre de 2018 se activó el operativo. Primero cubrieron su cabeza con bolsas de hielo y unas horas después trasladaron el cuerpo a la funeraria. Allí el doctor Balmaceda y el tanatólogo Daniel Carunchio comenzaron a perfundir el cerebro insertando un catéter en la arteria carótida derecha durante una hora y 45 minutos hasta que finalmente lo extrajeron y lo colocaron en un recipiente de plástico relleno de agua helada. Lo que siguió fue un congelamiento paulatino hasta almacenar el cerebro en un “ultracongelador” a 80 grados bajo cero.

El cerebro fue trasladado vía transporte aéreo hasta Los Ángeles, donde se encuentra la sede del 21st Century Medicine, un centro de criobiología de avanzada. Desde que llegó, estudiar el cerebro de Billone fue una complicación: los líquidos que lo rodeaban se congelaron y dificultaron la toma de muestras.

“El cerebro de Beatriz estaba incrustado en un gran volumen de solución congelada en un recipiente rígido. Todo eso tuvo que ser retirado sin cambiar la temperatura porque ello hubiera generado daños. Pudimos resolver este problema creando un entorno criogénico que nos permite trabajar”, explicó ante la consulta de este medio Greg Fahy, director ejecutivo y científico del 21st Century Medicine.

Durante cinco años y medio, buscaron el modo de avanzar en la investigación del cerebro sin dañarlo. Subir la temperatura, tan solo un grado, hubiera generado deterioro irreversible. Por eso, Fahy y su equipo diseñaron una suerte de caja en la que se puede observar un órgano criopreservado desde afuera y que, con unos guantes especiales capaces de soportar temperaturas de 50 grados bajo cero, les permite manipular durante unos minutos el cerebro.

“Las fotografías del cerebro antes de que saliera de Argentina sugieren una conservación razonable. Recién estamos en el punto de poder examinar el cerebro microscópicamente con el objetivo de examinar áreas no críticas pero representativas: la médula espinal, el cerebelo y la corteza olfatoria. Con ello, evaluaremos la preservación de células y el neuropilo para medir el grado de conversación del cerebro”, indicó Fahy.

A fines de febrero, ya con la examinación concluida, será el momento del traslado. Alcor trabaja junto a la Navy SEAL, un equipo de élite de la Armada estadounidense, que se encarga de la caravana hasta las instalaciones del laboratorio. Después del último adiós de la familia, el cerebro reposará por tiempo indefinido en un criostato, relleno de nitrógeno líquido a -196 grados. Aguardará hasta que una tecnología que hoy parece lejana, casi inverosímil, pueda revivirla.


¿Te gustó la noticia? Compartíla!