Un bebé de cuatro meses con una estaca de madera clavada en el corazón. … cadáveres cubiertos con sotanas blancas ubicadas en círculos, casas incendiadas, parejas de mujeres de treinta y pico con adolescentes de 14, tránsitos a una estrella lejana, transmigración, lavado de dinero, contrabando de armas, asesinatos y suicidios colectivos. Sectas, sexo, locura y muerte. Mucha muerte.
Treinta años atrás, el 5 de octubre de 1994, la policía suiza encontró 48 cadáveres en dos localidades alejadas entre sí por unos cientos de kilómetros. No necesitaron investigar demasiado para conectar ambos hechos. Los primeros que intervinieron fueron los bomberos. Denuncias de casas incendiándose. Apenas lograron sofocar las llamas, el aviso a la policía.
En Cheiry hallaron el cadáver de un hombre en una cama. Tenía un tiro en la sien y una bolsa plástica cubriéndole la cabeza. Un extraño suicidio. Sin embargo, en pocos minutos se impuso una realidad más espantosa: detrás de una falsa pared, 22 cadáveres más. Una muerte colectiva y coreografiada: cubiertos con largas túnicas blancas, prístinas, los cuerpos formaban un semicírculo; enfrentaban, rodeaban, un altar cubierto con un paño de terciopelo rojo, un cáliz, candelabros, cruces rojas, estandartes, alguna armadura, varias armas medievales y ornamentos religiosos.
Pocos minutos después, otro llamado a los bomberos pero a poco menos de 200 kilómetros de allí. En la localidad de Granges-Sur-Galvan, tres viviendas muy próximas incendiándose. Otra vez el hallazgo terrible. Aquí eran 25 los muertos. Entre ellos tres niños y un chico de 14. En este caso los cuerpos sin vida formaban una estrella.
En pocas horas, los investigadores descubrieron que todos los muertos pertenecían a una secta que en los últimos tiempos había tenido diversos problemas con la justicia, la Orden del Templo Solar. Entre los muertos estaban sus dos líderes, Joseph Di Mambro y Luc Jouret.
La primera impresión fue que se trató de un suicidio colectivo pero los primeros exámenes forenses descubrieron que las muertes habían sido de diferentes maneras. Algunos habían sucumbido a un disparo, otros habían ingerido veneno (curare como en un cuento de Horacio Quiroga). Algunos se habían suicidado, otros habían sido asesinados.
El horror había empezado cinco días antes y en otro continente. En la ciudad canadiense de Morin Heighs, cerca de Quebec, un matrimonio había invitado a otro a comer. La cena era una especie de reconciliación y al mismo tiempo la presentación a sus antiguos del bebé nacido 4 meses antes.
El matrimonio de Nicki y Antoine Dutoit, junto al recién nacido Emmanuel, fueron invitados a la casa de Gerry y Colette Genoud. Los cuatro se habían conocido en la Orden del Templo Solar. Los primeros la habían abandonado ante el enojo de sus líderes. Habían desoído una de las principales directivas del grupo: habían formado pareja y para colmo habían tenido un hijo sin la anuencia de sus líderes: eran las máximas autoridades de la Orden los que decidían quién se casaba con quién. Al llegar encontraron en la casa a Joel Egger y Dominique Belanton, otros dos miembros de la Orden del Templo Solar. Los Dutoit pensaron que el encuentro se trataba de una especie de tregua, de la aceptación de su regreso a la vida secular. Dominique y Nicki se habían llevado muy bien en algún momento ya que Nicki había sido la niñera de la hija que Belanton había tenido con Di Mambro, uno de los líderes.
La cena transcurrió con normalidad y el recuerdo de los buenos viejos tiempos. Egger le pidió a Antoine Dutoit que lo acompañara a la bodega a buscar más vino. Al bajar las escaleras del sótano, lo golpeó con un bate de béisbol que había dejado preparado y cuándo Antoine yacía en el suelo con la cabeza abierta por el batazo, lo degolló y luego con saña inútil le asestó 50 puñaladas. Después fue el turno de la esposa: 27 cuchillazos acabaron con su vida. Quedaba el bebé de cuatro meses. Él tendría otro tratamiento.
Le clavaron una estaca de madera en el corazón. Una escena que parece sacada de La Profecía pero que ocurrió en la realidad. Di Mambro, el líder de la secta, estaba convencido de que el pequeño Emmanuel era el Anticristo (posiblemente sólo porque había nacido de una unión que contradecía su voluntad) y ordenó a su gente acabar con él y con su padres. Egger y Belanton dejaron Canadá de inmediato y se dirigieron a Suiza a encontrarse con el resto de los integrantes de la Orden. Ellos estarían entre los muertos del 5 de octubre. Los Genoud, la pareja dueña de casa, escondieron los tres cadáveres en el sótano y el 4 de octubre se suicidaron. Como harían, sus compañeros al día siguiente, ellos también prendieron fuego la vivienda.