Aunque intente disimularlo, es evidente que La última sesión de Freud (Freud’s Last Session) el encuentro entre los protagonistas es inventado y eso queda completamente claro.
Ambientada en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Sigmund Freud (Anthony Hopkins), ya al final de su vida, invita al escritor C.S. Lewis (Matthew Goode) a un debate sobre la existencia de Dios. La película explora también el vínculo entre Freud y su hija lesbiana Anna (Liv Lisa Fries) y el romance poco convencional de Lewis con la madre de su mejor amigo. Pero el núcleo principal son los diálogos, inventados, entre ambos protagonistas. No hay registro entre estos personajes en la vida real, por lo que el guión elige contrastar las ideas de ambos inventando los posibles diálogos.
Como los niños cuando juegan con muñecos o soldaditos, el autor inventa una charla que suena forzada, artificial y poco creíble. Es un género teatral que también encuentra ejemplos en cine. Los actores son sólidos, la recreación de época es impecable y tal vez uno pueda pensar en esas ideas a partir de los diálogos. Pero es una forma muy limitada de hacer cine y también es un poco vergonzoso pensar que la gente se sienta a charlar de forma tan solemne y armada. Teatral en el peor sentido, La última sesión de Freud apenas disimula con su prolija factura sus limitaciones cinematográficas.