No te metas con Robert de Niro. O al menos con el nombre de su marca registrada, en la vida real y fuera de cámara: Tribeca. Es el consejo que tiene para dar Duncan Stroud, neoyorquino recalado en la Argentina gracias —o a pesar— de la persecución del actor y su ejército de abogados. Una aventura que casi le cuesta la vida. Pero Duncan, convocado por TN a un café de Recoleta, sonríe dispuesto a ver el vaso medio lleno. Llegó aquí en 2006, por primera vez y sin conocer a nadie, para evitar ir a la cárcel en su país. Todo por De Niro.
“Como muchas historias, la mía tiene dos caras —dice—. Es terrible y, a la vez, probablemente lo mejor que pudo pasarme: conocí este país del que no pienso irme jamás. Durante el primer año, por supuesto que culpé a Robert De Niro por todo, pero con el tiempo me di cuenta de que él jugó un papel importante en mi vida para bien”.
La cosa fue así. En 2004, Duncan y sus dos socios veían crecer un emprendimiento online. Un portal de contenido audiovisual e interactivo, a medio camino entre Youtube y Facebook llamado Tribeca.net. Chuck Harris, uno de los socios, llevaba tres décadas regenteando galerías y bares en ese barrio. La idea fue crear una plataforma en la que los artistas pudieran postear su trabajo como forma de difusión.
Habían comprado ese dominio unos años antes y les pertenecía. Pero Tribeca es un barrio en Nueva York donde De Niro vive. Allí, en 2002, fundó el Tribeca Film Festival, que el próximo 5 de junio comienza una nueva edición. El festival nació con la intención de revitalizar el sur de Manhattan después del atentado a las Torres Gemelas. El caso es que a Duncan y sus socios les llegó una intimación para cambiar de nombre. Lo que en principio fue una demanda comercial, por uso indebido de la marca, pronto se puso feroz y personal, con los abogados de De Niro exigiendo a Harris miles de papeles, su historia impositiva hasta 1979.
De Niro no comenta públicamente acerca de sus negocios, que son diversos y a escala global. Pero su socio en el festival Tribeca, Craig Hatkoff, sí lo hizo. “Nosotros no somos los dueños del nombre Tribeca” —dijo— “Si Subaru hace un coche llamado Tribeca no vamos a hacerles juicio. Pero un canal de televisión con ese nombre crea confusión con el público”.
Un largo artículo en el New York Daily News, “Robert De Niro: Tribeca godfather or bussiness bully?” (Robert De Niro: el padrino de Tribeca o un bully de los negocios?) recoge otros testimonios. El del festival de cortometrajes Tribeca Underground Film Festival, que tuvo que trocar por Be Film: The Underground Film Festival. “Pero nosotros teníamos registrado nuestro nombre primero, antes de que fundara su festival —cuenta Duncan—. Así que nos dejamos asesorar para demandarlo a él. Ahí empezó la batalla”.
Claro que De Niro era mucho más poderoso. “El juicio duró un año, le costó a mi socio medio millón de dólares, y a De Niro mucho más, porque puso diez veces más abogados que nosotros. Cuando el juicio terminó, mi socio tuvo un ataque al corazón y murió. Fue demasiado estrés. Mi otro socio se acababa de divorciar, estaba en bancarrota, y viajó a Europa donde su familia tenía un negocio. Y yo... terminé en la Argentina”.
Duncan cuenta la versión corta de su historia. Que incluye pasajes duros. Es que a él también lo estresó mucho la batalla legal con De Niro y sus abogados, al punto que terminó sufriendo también un paro cardíaco. Iba en su bicicleta y se desplomó justo en la puerta del hospital Beth Israel, en la 2da Avenida y la Calle 17. El de seguridad lo vio caer, lo recogieron y le practicaron una cirugía de emergencia. Se despertó con tres stents.
“Me salvaron la vida, pero me dijeron que en un año iba a tener otro ataque, que iba a ser peor y me iba a matar si no resolvía el problema. ¿No podían resolverlo en ese momento, ya que me tenían ahí? No, porque un año por delante no se consideraba emergencia. Para tratarme había que pagar, y yo estaba en bancarrota y no tenía seguro. Cuando salí del hospital me dijeron que debía pagar 200 mil dólares —con seguro hubieran sido 45 mil—, aunque la operación que me hicieron no costaba ni cerca esa cifra. Esta es una práctica común en los hospitales estadounidenses: si no tenés seguro, te cobran 10 veces más, sabiendo que no podrás pagarlo y entrarás a la lista de pérdidas gracias a la cual obtienen una reducción de impuestos. Hacen su negocio”.
“El caso es que tenía una deuda de 200 mil, le pagaba en ese momento unos 5 mil a mi exmujer, pero en ese momento no tenía un centavo —continúa—. Fue entonces que ella me hizo juicio por deuda, y el juez me dijo que si no pagaba en dos semanas iba a la cárcel. Recibí una notificación policial diciendo que había una orden de arresto para mí. Según el Estado, si no pagaba, iba preso por un año; según los médicos, me quedaba un año de vida. Fue ahí que pensé en irme de mi país. Indonesia era una opción, pero me interesaba más la Argentina en ese momento. Así que compré un ticket con mi tarjeta de crédito que no podía pagar, y llegué acá”.
Cuando Stroud llegó a la Argentina, mal instalado en una pensión humilde de Constitución, el gobierno de Estados Unidos le retuvo el pasaporte. Indocumentado, sin hablar español ni tener contactos, veía cómo su corazón empeoraba. Con grandes dolores en el pecho, no podía casi caminar. Entonces conoció a una mujer “muy religiosa y muy de derecha” que se conmovió con su situación y tomó como una causa personal ayudarlo. Pero Duncan no podía atenderse en ningún hospital porque no tenía documentos. Fue entonces cuando su exmujer, muy enojada con él en aquel momento (hoy tienen una relación cordial) volvió a demandarlo para exigirle más dinero. Hubo una audiencia virtual, en la que Duncan explicó que estaba en la Argentina sin papeles, y acordaron que un escribano le hiciera uno que acreditara su presencia aquí. “Con ese papel me arrastré hasta el Argerich, donde me operaron a los dos días y, por segunda vez, me salvaron la vida”, resume.
Con su corazón bombeando con normalidad, y ya sin dolores, Stroud intentó sobrevivir en Buenos Aires. Estuvo en la calle, homeless, por casi un año. Seguía sin pasaporte, seguía sin un peso. Trabajó en una milonga en San Telmo, ganó algo en el póker, lo que iba saliendo. Hasta que otra casualidad increíble le tocó la puerta. Un conocido de New York había abierto una oficina en Buenos Aires, y le ofreció trabajo. “La Argentina estuvo demostrándome que era el lugar donde debía quedarme: cada vez que las cosas se me complicaban al extremo, aparecía alguien de mi pasado y me rescataba. Un país generoso, pero de una generosidad sin exageraciones, de dar y recibir”, dice.
En estos días, después de varios intentos fallidos, Duncan está por obtener su documento de identidad argentino, como extranjero residente en el país.
—Volviendo a De Niro, ¿cómo explicarías esta dedicación a perseguir a los que usen el nombre Tribeca?
—Él está dedicado casi obsesivamente a perseguir a todos lo que usen ese nombre. El argumento legal es que hacerlo diluye su marca, como si alguien pudiera dejar de interesarse por su festival de cine porque existiera una web llamada Tribeca.net. De Niro es un narcisista codicioso, una persona horrible, un controlador miserable con cero personalidad. Lo conozco en persona: cero personalidad. Durante nuestro juicio, conocimos un montón de otras empresas y emprendimientos que habían sido llevados a juicio por él solo porque usaron el nombre Tribeca. Y no se le puede ganar. Para eso necesitarías una fuerza legal nivel Donald Trump. Pero el tiempo pasó: en una escala humana, lo maldigo porque es un tipo horrible, pero en una escala cósmica, le doy las gracias. Gracias a él estoy acá, y no me pienso ir.